dc.description | Esta expresión tan contundente de Pablo no siempre suena con esa misma fuerza en nuestros oídos. La presencia tan avasalladora y autosuficiente de nuestra acción humana, de ese mundo tan exuberante, apasionante y vivo que tenemos ante nuestros ojos, el poder tan ilimitado de nuestras mentes y manos, hace que en una primera apreciación, la hipótesis sobre la realidad de Dios luzca, por lo menos, superflua.
Hubo tiempos en los que esa realidad de Dios pertenecía al patrimonio común existencial humano. Incluso compartíamos un imaginario común compuesto por códigos, presupuestos racionales, fantasías, imágenes y lenguajes que nos permitía formularnos para nosotros mismos esa realidad, comunicarnos sobre ella con los otros y hasta sembrarla a los demás.
Hoy no es que podamos decir que la afirmación sobre la realidad de Dios se haya anulado. Hoy por hoy, por lo menos en el contexto latinoamericano, el problema no es el de un ateísmo teórico generalizado, quizás sí el de un ateísmo práctico. Pero ni siquiera es esto último el síntoma religioso más específico de nuestra época y de nuestros ambientes.
Lo que sí ha entrado en una crisis de grandes proporciones es lo referente a ese imaginario compartido que nos permitía formularnos a nosotros mismos el pensamiento y la vivencia de Dios, nos permitía comunicarlo y trasmitirlo. Ese imaginario al que pertenecen los "preconceptos" sobre Dios, las "teologías perennes" las imágenes, lenguajes, presupuestos racionales, etc., se ha vaciado, se ha hecho increíble y caduco. Nos sentimos hipócritas repitiéndolo mecánicamente a los demás y no nos dice nada a nosotros mismos. | |