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Es difícil hablar de Dios. Más aún cuando se traía de compartir la propia experiencia o la experiencia que las compañeras y compañeros de camino nos han comunicado. Se corre el riesgo de reducirle a unas cuantas palabras o a unas ideas que, finalmente, pueden encajonarle en un contexto y en una cultura. Dios es Mayor que todo lo que podamos decir de su verdad, verdad capaz de sorprendemos y trascendernos siempre.
Recuerdo a Javier Jiménez Limón, S.J., amigo y compañero que ya vive en Dios y en la memoria presente de quienes le conocimos y le queremos, que decía: al hablar de Dios hay que hacerlo con gratitud y con reverencia. Gratitud por su cercanía extrema, y reverencia porque permanece misterio in manipulable.
Desde estas actitudes y consciente de mis temores, quiero arriesgarme a compartir algunas reflexiones. Creo que nuestro mundo, nuestra gente, nuestros pueblos, nosotras y nosotros, tenemos sed de Dios como la cierva de la que habla el salmista (Sal 41,2-3).