Description
"Arrupe, no se cansaba de preguntar por las circunstancias del asesinato y entierro de Mons. Oscar Romero”
De cuando en cuando surgen personas que, con su profundo testimonio, su palabra profética y su creativa fidelidad a la Iglesia, lanzan nuestra fe y esperanza por nuevos derroteros. El P. Pedro Arrupe, que acaba de fallecer, fue una de esas personas. La trombosis cerebral que lo golpeó al regreso de uno de sus tantos viajes en agosto de 1981 no pudo minar su temple de vasco sino lentamente. Vio primero desaparecer su capacidad para escribir (con coraje intentó reaprender a hacerlo), y disminuir su expresión oral; poco a poco se fue hundiendo en el silencio hasta que perdió contacto con el mundo exterior. Finalmente se hizo plena para él la importancia de Dios ante quienes siempre vivió. Se trata, sin duda, de uno de los grandes hombres de la Iglesia de nuestra época. Alguien que, según la bella expresión de Juan XXIII, supo mirar lejos.
Tradicional y audaz al mismo tiempo, la doble marca de los verdaderos renovadores, imprimió su sello no sólo en la Compañía de Jesús, de la que fue Superior General por dieciocho años, sino también en la vida religiosa y en el compromiso cristiano de toda la Iglesia.
Poco después de su ordenación sacerdotal partió a Japón, país que hizo profundamente suyo. Allí se inició en el respeto y la humildad que todo misionero auténtico siente ante un mundo ajeno a la fe cristiana explícita. Se encontraba en Hiroshima cuando en agosto de 1945 cayó sobre sus habitantes la bomba atómica, arma inusitada y atroz. Quienes han visto las fotografías de los rostros aterrados y los cuerpos mutilados de Hiroshima, pueden imaginar la huella que esto debe haber dejado en un hombre que fue testigo presencial de los hechos y compartió los sufrimientos de ese pueblo.