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Es correcto hablar de mundialización por cuanto responde al proceso histórico del abatimiento de las fronteras nacionales por las mercancías, los flujos de capital, la avalancha tecnológica, los medios de comunicación social que nos informan al instante de todos los sucesos empresariales y nacionales en cualquier parcela del planeta. Es correcto hablar de mundialización por cuanto son las grandes multinacionales quienes globalizan este proceso histórico. Pero, ¿es ético canonizar la globalización? ¿Es ético aceptar un proceso de mundialización cuya génesis e inspiración dominante es la exclusión de la mayor parte de la humanidad? ¿Es ético un proceso de mundialización que abate, junto con las fronteras, las culturas y tradiciones nacionales? Este proceso de centralización, que es la mundialización, ¿no estará engendrando ya las fuerzas centrífugas que lo autodestruyan, lo mismo que acaba de suceder a los centralistas socialismos reales del este europeo? Sobre todo, si el liberalismo de mercado del siglo XIX no fue la adecuada respuesta, ni económica ni ética, ¿cómo y por qué la etapa final del capitalismo, la globalización, podrá ser la adecuada solución, si el neoliberalismo se asienta en las mismas fuerzas motrices, que profundizan dan más el poder de la minoría y la exclusión de la mayoría de la humanidad? Se integran dos interrogantes: sus principios éticos y su supervivencia histórica. Hay muchas razones históricas para plantear ambas interrogantes. Uno de los argumentos para proclamar al neoliberalismo como el fin de la historia es la descomposición política y económica de los socialismos reales. Este es un mal argumento o un argumento mal usado, y queremos advertir de este error a los creyentes del neoliberalismo. Los socialismos reales no se descompusieron por ser socialistas, que nunca lo fueron, sino por ser ideológica, política y económicamente ultracentralistas, verticalistas y autoritarios, es decir, no socialistas y no democráticos. En otras palabras, por haber instaurado una nueva modalidad de imperio, cada vez más intolerable en un siglo XX (ECA, 1996, p. 570). Toda la autocrítica de los supervivientes de los socialismos reales se centra en el rechazo a su centralismo, al imperio de una minoría dominante. El neoliberalismo globalizante y los socialismos reales son dos modalidades de imperios centrales, donde varía la forma de ejercer el efecto dominación.