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Quiero iniciar mi exposición con la formulación de un dilema confesadamente simplista, pero en el que se expresa dos tendencias antagónicas que a lo largo de la historia —sin excluir la historia más reciente— se han dado en la interpretación del cristianismo: ¿Jesús vino a ofrecer una propuesta de salvación individual, de reconciliación del individuo con Dios, o vino hacer una propuesta de reestructuración de la sociedad, resultante de una distinta manera de vivir las relaciones de los individuos con Dios y entre sí? Es evidente que, si fuera válida la primera de estas alternativas —como han hecho y hacen muchísimos de los que se consideran cristianos—, apenas habría lugar para el tema de esta ponencia. Pero, si nos inclinamos por la segunda, resultará indispensable precisar bien su alcance para no dejar reducido el cristianismo a un mero programa social, recordándole su significado más profundo tal como parece haberlo percibido y vivido lo mejor de su larga tradición.
He aquí algunas expresiones de lo que podríamos llamar la interpretación individualista y sobre naturalista del cristianismo. A principios de siglo el gran A. Harnack, uno de los más eruditos investigadores de los orígenes cristianos, escribía así en La esencia del Cristianismo, un opúsculo de enorme resonancia en la época:
«El Reino de Dios viene cuando viene a los individuos concretos, entre en sus almas y éstas lo aprehenden. El reino de Dios es, sin duda, la soberanía de Dios, pero es la soberanía del Dios Santo en los corazones individuales, es Dios mismo con su fuerza. Aquí ha desaparecido todo lo dramático presente en la historia externa del mundo... Acerquémonos a cualquiera de las parábolas. Comprobaremos que no se trata de ángeles ni de demonios, de tronos o de principados, sino de Dios y del alma, del alma y de su Dios... El Evangelio está por encima de las cuestiones relacionadas con lo terrenal. No se preocupa de las cosas, sino de los hombres».
Tenemos aquí la expresión perfecta de una concepción ampliamente generalizada, precisamente porque contiene un elemento de verdad innegable, aunque extrapolándolo: lo que Harnack ha intuido correctamente es que en el reino de Dios no se trata ya principalmente de una lucha contra poderes externos —ángeles, demonios, tronos o principados—; pero extrapola esta intuición cuando sugiere que entonces el reino de Dios queda reducido al nivel de las relaciones de cada individuo con Dios, sin proyección alguna histórica, como si, al convertirse al reino proclamado por Jesús, el individuo se colocara por el mismo hecho fuera de la historia con sus formas concretas de existencia. La real e innegable interiorización y personalización del reino de Dios —que Jesús ciertamente concibe como resultado de la conversión personal de cada individuo— es presentada por Harnack como una individualización y deshistorización de la salvación. En lo que sigue espero mostrar que esto es una extrapolación injustificable.