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Para comprender el momento histórico-político en el que actúa Jesús es preciso remontarse al siglo II a. C., cuando estalla la rebelión de los Macabeos. Esto nos permitirá comprender mejor los dos grandes fenómenos del tiempo de Jesús: las luchas de partidos y las rebeliones contra Roma.
Judá, que había perdido su independencia política el año 586, no volvió a recobrarla por mucho tiempo: del dominio babilonio se pasó al persa, luego al griego (Tolomeos y Seléucidas). El pueblo llegó a acostumbrarse a estar dominado, y no sabemos que se revelase contra estos imperios. Pero la situación cambió casi a mediados del siglo II a. C., cuando las medidas de Antíoco IV Epifanes resultaron insoportables. No nos detendremos ahora en ellas (despojo de los tesoros, saqueo de Jerusalén, matanzas, prohibición de la religión oficial, erección de santuarios paganos, introducción en el templo del culto a Zeus Olímpico). Lo importante es que el pueblo se divide en tres grandes grupos:
a) El primero está formado por los partidarios de la cultura helenística, que ven con buenos ojos las reformas del rey. Pertenecen generalmente a la clase alta y a la aristocracia sacerdotal.
b) El segundo está formado por los enemigos de la helenización, defensores acérrimos de las tradiciones patrias y de la observancia de la ley. Es el grupo de los «piadosos» (jasidim), al que se unen los Macabeos. Representan el elemento popular.
c) En tercer lugar encontramos a la mayoría del pueblo, que no observa una postura homogénea. A veces se somete por miedo a los dominadores y a la clase alta; pero sus preferencias se orientan sin duda hacia los revolucionarios.
El segundo grupo, que será el de más influjo en el futuro, no es tan homogéneo como podría parecer. Al principio los une a todos la defensa de la libertad religiosa y la esperanza de un pronto cambio de la situación. Pero incluso en este punto se dan diferencias entre ellos. Mientras un sector defiende la postura militarista, revolucionaria, según la cual el Reino de Dios hay que comenzar a implantarlo por las armas (Macabeos), otros piensan que la solución no está en la fuerza armada, sino en una intervención maravillosa de Dios, que acabará rápidamente con todos los imperios opresores, instaurando su reino sin intervención humana (libro de Daniel). En la hora presente no se trata de luchar, sino de sufrir y aguantar con esperanza.