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dc.creatorCastillo, José María
dc.date2000-06
dc.date.accessioned2023-03-22T18:06:57Z
dc.date.available2023-03-22T18:06:57Z
dc.identifierhttp://repositorio.uca.edu.ni/4194/1/Los%20peligros%20de%20la%20espiritualidad.pdf
dc.identifierCastillo, José María (2000) Los «peligros» de la espiritualidad. Diakonia (94). pp. 4-16.
dc.identifier.urihttps://hdl.handle.net/20.500.12032/78610
dc.descriptionHablar de espiritualidad es hablar de un asunto que entraña sus dificultades. Empezando por la palabra misma, mucha gente no entiende a qué se refiere eso de la espiritualidad. Pero, sobre todo, hay que tener en cuenta que «espiritualidad» viene de «espíritu». Y para muchas personas, el espíritu es lo que se contrapone a la materia, al cuerpo, a lo que inmediatamente se nos mete por los ojos y palpamos, o sea, a lo más sensible, lo más cercano, se podría decir a lo más nuestro. De ahí que muchos cristianos tengan la impresión de que la espiritualidad es algo que, como sea, entra en conflicto con la felicidad humana, con el goce y disfrute de la vida, con aspiraciones muy profundas que todos llevamos inscritas en la sangre de nuestras ideas más queridas. Y mucha gente, casi sin darse cuenta, saca la conclusión: parece como si el que se dedicara a la espiritualidad tuviera que renunciar a ser plenamente feliz porque, según esa manera de pensar, tendría que renegar de una parte esencial de sí mismo. Esta dificultad tiene su explicación, en buena medida, en la historia misma de la palabra espiritualidad. En efecto, durante muchos siglos, los autores que han hablado de este asunto han asociado la palabra «espiritualidad» a la negación de la corporalidad, de la materia, o también de lo que llamaron «la animalidad». El término espiritualidad no es demasiado antiguo. Aparece por primera vez en una carta del pseudo Jerónimo, cuyo autor parece que fue Pelagio o uno de sus discípulos. Pero en este escrito no tiene una significación precisa y en esta imprecisión se mantiene hasta el siglo XI. Conviene tener en cuenta que, en todo este tiempo, esta palabra se utiliza raras veces. Hacia 1060, Berengario de Tours se sirve de este término en su interpretación de la presencia eucarística; y lo significativo es que, para este autor, «espiritualidad» se contrapone a «sensualidad». En el siglo XII, Gilberto de Nogent, monje de Beauvais, habla de la espiritualidad como lo contrapuesto a las imaginaciones que comporta la poesía. Y en el mismo tiempo, hacia 1120, Rimbaldo de Lieja afirma de manera terminante: «Si queremos ver las cosas propias de Dios, es necesario que depongamos la animalidad y asumamos la espiritualidad». Más tajante aún, en el siglo XIII, es Guillermo de Auvernia, que contrapone la espiritualidad a la brutalidad o animalidad. Por su parte, Tomás de Aquino utiliza spirítualitas en un sentido ascético y distingue en ella tres grados, según se triunfe más o menos sobre la camalitas. Tales grados corresponden a las vírgenes, viudas y personas casadas. En todos estos casos, como se ve, de una manera o de otra, la espiritualidad es lo que se opone a la corporalidad, incluso a la sensualidad o a lo que algunos autores llaman la brutalidad. Así, la espiritualidad nació ligada al desprecio de lo sensible y lo corporal. Y hay que tener en cuenta que esta tendencia se prolonga en los siglos siguientes. Por ejemplo, Juan de Meung contrapone espiritualidad a carnalidad. Y en el siglo XV, para Juan Gerson, la espiritualidad es lo que caracteriza a San José, que era todo pureza, todo castidad, es decir, espiritualidad es la negación del uso de la sexualidad.
dc.formattext
dc.languagees
dc.publisherCentro Ignaciano de Centroamérica
dc.relationhttp://repositorio.uca.edu.ni/4194/
dc.rightscc_by_nc_nd
dc.subject230 Cristianismo, teología cristiana
dc.titleLos «peligros» de la espiritualidad
dc.typeArticle
dc.typePeerReviewed


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