| dc.description | La preocupación porque todos los seguidores de Cristo lleguen a vivir en la unidad que él deseó y pidió para ellos es una realidad difundida en todos los sectores del cristianismo actual, tanto si el pensamiento de la unidad va acompañado por el afán de alcanzarla como si suscita actitudes defensivas o recelosas. El hecho es que el ecumenismo, y todo lo que esta palabra conlleva, ocupa una parcela importante de la vida, las elaboraciones teológicas, las intervenciones jerárquicas y la praxis religiosa de las Iglesias cristianas, aunque existencialmente conozca intensidades muy distintas de presencia y realización, como consecuencia de una serie de factores de muy diverso orden.
No siempre ha sido así. Lo que ahora aparece como una adquisición firmemente consolidada es el resultado de un proceso que no cuenta más años que el siglo que pronto terminaremos. En sus comienzos, nadie hubiera podido creer que los cristianos divididos, y en tantas ocasiones mutuamente hostiles, iban a progresar tanto en el camino del encuentro y el reconocimiento mutuo. Si el camino se ha podido recorrer, es porque en él se han derrochado esfuerzos e ilusiones; porque ha habido hombres que no se han desalentado ante obstáculos y oposiciones; porque algunas iniciativas, tras las cuales el creyente no dudará en vislumbrar el impulso del Espíritu, se han mostrado fecundas. Ha sido necesario superar una historia cargada de dolorosas acusaciones y malentendidos, sembrada también de víctimas. La meta todavía no está al alcance de la mano, pero indudablemente está más cercana que cuando el movimiento se inició.
Es instructivo lanzar una mirada hacia atrás desde el puesto de observación que no deparan los avances realizados. Ella nos permitirá reconocer y valorar sus etapas y vicisitudes. Desde este conocimiento será más fácil apreciar el lugar en que nos hallamos ahora y encontrar ánimos y modos para la continuación de la andadura. | |
