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Antes de ser el año del Jubileo, el 2000 es el año de la Transición al Tercer Milenio. Como tal, le impone necesariamente a la humanidad una reflexión crítica sobre los dos milenios que se acaban y sobre la civilización que los caracteriza en Occidente, la «occidental cristiana».
Quiero mostrar que esta reflexión representa un momento crucial en la lucha ideológica y teológica, en el cual toda persona consciente está llamada a tomar partido; y que esta lucha involucró también las interpretaciones del Jubileo 2000, imponiendo una opción entre la centralidad de la Iglesia y la centralidad de los pueblos oprimidos.
Quiero ahora evidenciar la continuidad que existe entre los problemas planteados por el 2000 y lo que ha planteado el 92. En las dos fechas, de lo que se trata es de evaluar la civilización occidental cristiana: en el 92, la atención se concentraba sobre los últimos 500 años; en el 2000, objeto de la evaluación, tienen que ser los 2000 años. Ahora entre los últimos 500 años y los 1500 que los precedieron existe evidentemente una profunda continuidad: el imperialismo que perpetró los crímenes de la conquista es el que brota del imperio romano y de su alianza con el cristianismo; es el que había marcado toda la civilización medieval.
Existe también continuidad entre los conflictos ideológicos y teológicos implicados en la evaluación de la civilización occidental cristiana, realizada en estas dos fechas.
Ellos pues dependen de los criterios con los cuales unos y otros realizan esta evaluación. Desde el punto de vista de los pueblos del Norte, la civilización occidental cristiana es la más «avanzada». Sin embargo, desde el punto de vista de los pueblos del Sur, es una civilización genocida.
En una perspectiva cristiana pueblo céntrica, la civilización occidental no se puede considerar de ninguna manera expresión coherente del mensaje liberador de Jesús; representa más bien el espacio en el cual el cristianismo se fue corrompiendo y deformando, por sus constantes alianzas con poderes opresores. Así, la opción de la Iglesia por el poder fue sustituyendo la opción de Jesús por los oprimidos. El cristianismo no logró cambiar el mundo, porque el mundo logró cambiar el cristianismo.