Nos encontramos al final de un Milenio (según la visión cristiana) y al comienzo de otro. Una época acaba y comienza otra, por más relativa y parcial que sea esta visión. Los terrores del Primer Milenio nos persiguen todavía, como ecos del pasado, y se proyectan en este comienzo del Tercer Milenio en forma de grupos apocalíptico- milenaristas, en diferentes organizaciones sectarias, macro o micro (creadoras de dependencia) y del Y2K o "falla del milenio" en las computadoras, inteligencia omnipresente que rige toda la vida humana. Ni siquiera nos ponemos de acuerdo en las Matemáticas: ¿cuándo empieza verdaderamente el Nuevo Milenio: en el 2000 o en el 2001?
Estamos persuadidos de que nos hallamos en medio de grandes revoluciones que no somos capaces de entender del todo y, por supuesto, ni siquiera logramos controlar. Revoluciones que cambian todo, menos tal vez lo que habría que cambiar: las relaciones injustas, las opresiones multímodas que nos circundan, nuestra mentalidad centrada en el "tener" y no en el "ser" (Erich Fromm). El cambio de Milenio puede ser, pues, muy ambiguo: puede servir para celebraciones superficiales y folclóricas (que aumenten la corriente consumista) o para un serio examen de conciencia colectiva sobre el Milenio a punto de terminar, de sus asimetrías y la búsqueda de Nuevas Alternativas para el nuevo que se acerca.
El modesto artículo que aquí escribimos pretende lanzar algunas contribuciones a la re-conceptualización de lo que significa Espiritualidad hoy, en base a su proyección de cara al Tercer Milenio. Dichos aportes pretenden enmarcarse en una conciencia más planetaria, más crítica de la globalización neoliberal, pero consciente de que los espacios humanos están llamados a acercarse, a unirse y a compartirlo todo (visiones, experiencias, esperanzas, prácticas). De fondo, hay algo pendiente todavía en el Segundo Milenio: la Justicia y la Igualdad (en las diferencias).