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Limitémonos a resaltar algunos puntos. En el contexto del Jubileo, el Papa se pregunta "¿cómo no subrayar más decisivamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y marginados?" (TM 51). Medellín y Puebla (y más tarde Santo Domingo) lo habían planteado. Juan Pablo II ha insistido enérgicamente y en repetidas ocasiones en este asunto. La opción preferencial por el pobre forma parte importante de su magisterio. Incluso en la Centesimus Annus dice que ella está ya presente, en cierto modo, en la Rerum Novarum, la primera gran encíclica social de León XIII. Dicha preferencia, como se ha dicho desde un comienzo, no se entiende sino en el contexto de la universalidad del amor de Dios que abarca, está claro, a toda persona. Nadie está excluido del amor de Dios, nadie debe estarlo del nuestro.
Nuestro gran poeta Cesar Vallejo nos habla en un momento de una utopía que nos resulta en consonancia con el Evangelio. "Desayunados todos”... algo que desgraciadamente no ocurre hoy entre nosotros. Hay una cuestión de alimentos, pero también de dignidad y de igualdad. Sin la cual no hay amistad, y la amistad es fundamental según el Evangelio. "No los llamo siervos (...) a ustedes los llamo amigos", dice Jesús a sus seguidores en el evangelio de Juan (15,15). A eso nos debería llevar la celebración del Jubileo, a considerar amigos a todos aquellos que viven en este país nuestro, en particular a quienes ven violados constantemente su derecho a la vida, a la salud, a la educación.
Podríamos, finalmente, hacernos una pregunta: ¿cómo celebrar el Jubileo? Las formas concretas de hacerlo en los viejos tiempos corresponden a situaciones que no son las nuestras. Pero la inspiración es absolutamente válida y vigente, Juan Pablo II lo ha recordado con fuerza. Se nos llama a la creatividad y a la imaginación para tener presentes hoy las grandes demandas del Jubileo: un tiempo dedicado especialmente a Dios, liberación de toda forma de servidumbre, igualdad entre todas las personas. Por ejemplo, a nivel internacional el Papa propone una reducción radical o la condonación de la deuda externa que agobia a los países pobres (cf. TM 51). Debemos pensar en modos de vivir el Jubileo, en acciones concretas de solidaridad con los más pobres en un mundo.
No se trata sólo de una cuestión social, en el asunto está en juego lo que San Pablo llama "la sinceridad de nuestra caridad" (2 Cor 8,8), y en última instancia nuestro encuentro con Jesucristo (cf. Mt 25, 31-45). El año jubilar es un tiempo especialmente dedicado a Dios, es un año santo si el amor gratuito del Señor inspiran nuestras vidas. Esta semana social puede quizás jugar el papel del toque del 'yobel', de la trompeta, convocándonos a santificar este tiempo. Un llamado espera siempre una respuesta. La de todos nosotros.