dc.description | Todos, más o menos, creemos en «algo». Esto nos tranquiliza, pero no siempre nos compromete. La fe, según la Biblia, consiste en creer en «Alguien» que nos llama para entrar en una historia, a caminar hacia delante. A rehacer el camino. Sentir que Dios nos llama — colectivamente e individualmente— a salir, como los numerosos emigrantes de nuestro tiempo, a los que los cambios económicos obligan a irse de su tierra sin saber a dónde irán ni en qué parará su vida. Saber lo que Dios nos pide y descubrir que nos lo pide para damos aquello que hemos anhelado toda nuestra vida.
Ir a la tierra que Él nos mostrará. Esa capacidad de resurgir es lo que más agrada a Dios —más que cualquier obra buena. En este mundo dividido y confuso, Dios escoge al que no tiene tierra propia. A los que no tienen asegurada su vida —anclada en el tener, el poder, en el adormecimiento... (Las afecciones desordenadas...).
Para tomar conciencia de su vocación, es necesario que Dios lo llame a uno más allá de “su casa" y de "su país" —cosa que sabemos que siempre hace. Y que uno escuche y acepte salir de ese círculo fatal —cosa que no siempre hacemos.
La fe exige una ruptura. Obliga a mirar para adelante sin entretenerse en añorar la pérdida del calor y la comodidad del seno materno. El ser humano crece superando las "crisis" de su vida. La fe ayuda a ver con optimismo realista estas rupturas y nos sirve de apoyo para enfrentar otras rupturas más dolorosas con las que nos podemos poner más enteramente al servicio de Dios: la fe es también un buen medio para que la persona humana llegue a su madurez.
A diferencia del hombre "terrenal'', que construye su vida según los criterios de la sabiduría humana y cree saber a dónde va, el creyente busca los signos de Dios para ver a dónde quiere Dios que dirija sus pasos. Siempre será un peregrino, en busca de otra justicia — ajustar su vida— y de otra perfección —plenitud— que no es puramente humana ni queda encerrada en los límites de lo puramente humano. (Mt 5,20; Lc 12,32; Heb 11,13).
Para esta aventura de adentrarnos en el nuevo mundo que surge hoy de las opciones y decisiones del ser humano, ayuda aquel ciudadano de aquel mundo que comenzaba a surgir en el siglo XVI: Ignacio de Loyola. | |