dc.description | El 10 de diciembre nuestro "mundo globalizado" celebró el 50 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las NN.UU, primer código ético con pretensiones de universalidad, síntesis de los valores generalmente considerados consustanciales con la dignidad humana y, por lo mismo, principios mínimos a respetar entre los individuos y entre los distintos pueblos. Aunque carezca en puridad de fuerza vinculante, no hay duda que dicha Declaración —a pesar de venir marcada por una cultura y una determinada concepción ideológica y filosófica y de que, hoy más que nunca, sea necesario y urgente entrar en el diálogo intercultural de los derechos humanos—, expresa un acuerdo sobre el ideal común en defensa de los derechos fundamentales y las libertades públicas, constituyendo su aprobación el claro inicio de internacionalización de los mismos. Es más, incluso hay quien ha visto en ella el primer signo de un derecho constitucional supranacional. Asimismo, es de justicia recordar que tal Declaración ha cumplido y cumple una misión no sólo programática sino también hermenéutica y como herramienta para fomentar una conciencia sensible a la defensa de los Derechos Humanos en cualquier lugar del planeta.
Sin embargo, a 50 años vista, el balance que podemos hacer dista mucho de ser óptimo: los Derechos Humanos son hoy conculcados no sólo en las sociedades menos desarrolladas sino también en las que nadan en la abundancia. En realidad estamos lejos de que se desarrollen y sean de verdad los principios rectores de la convivencia del S. XXI, puesto que continúan siendo "papel mojado" para la mayoría de los habitantes del planeta. Como botón de muestra, nos basta recordar las recientes estadísticas que nos cuentan que en la vieja Europa del bienestar, tan orgullosa de su sistema de protección social, 57 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza. | |