dc.description | Quisiera partir de un hecho bastante conocido: cuándo la iglesia se ha vuelto, de manera expresa, defensora de los DD.HH. no parece haberse sentido cómoda en la fundamentación evangélica de los mismos.
Se ha acudido mucho más explícitamente a una supuesta naturaleza humana intemporal en que estarían inscritos de manera inmutable tales derechos. Es decir, se ha sobreentendido que la "naturaleza" del hombre constituye un fundamento mucho más fuerte y estable que el Evangelio mismo para regular de una vez para siempre los DD.HH. fundamentales.
El Evangelio es una "buena noticia", la gran noticia de la liberación del hombre tal como ha acontecido en Jesús de Nazaret. Y una "buena noticia" no puede ser nunca algo intemporal, sino algo que tiene sentido en una situación concreta, en el contexto bien preciso de una opresión y de unas expectativas históricas concretas.
El mensaje de Jesús tuvo arraigo en el ámbito de las esperanzas mesiánicas del pueblo de Israel, y se hace inteligible únicamente si se tiene en cuenta la situación lamentable y postergada de su pueblo.
En aquella situación histórica su mensaje no fue, sin más, una "buena noticia", sino una "buena noticia para los pobres", la buena nueva de que el Reino de Dios ha llegado a los pobres.
Dentro de un mundo en que las expectativas humanas son profundamente dispares, en que entran incluso en conflicto unas con otras, la gran noticia de la liberación del hombre no puede hacerse real sino tomando partido.
Jesús tomó partido por una clase de gente, y entró en conflicto con otras dentro de su pueblo.
Y desde ella proclamó para todos la misericordia de un Dios que quiere salvar a todos, pero conmoviendo los cimientos de inhumanidad de nuestro mundo. Por eso su Evangelio se convierte, de hecho, en buena noticia para unos y en mala noticia para otros, en motivo de la más profunda división como único camino posible de verdadera reconciliación.
Hay aquí algo subversivo en el Evangelio de Jesús que conviene analizar más de cerca. | |