Le escuché decir a René Maheu, cuando todavía era Director General de la UNESCO, que "la exigencia de los derechos humanos es demasiado antigua y profunda, y la violación de los mismos ha sido demasiado brutal y generalizada en tiempos recientes, y está todavía demasiado extendida, como para que podamos permitirnos solamente celebrar los resultados positivos" .
Pasaron 50 años, pero nuestro mundo sigue siendo un planeta inhabitable para la mayoría de los seres humanos. Los derechos humanos siguen siendo una lejana utopía para las grandes mayorías. Las cifras espantan. 50 Millones de personas se mueren de hambre en este año, cincuenta años después de haber declarado que "toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios" (D. U. Art. 25). 800 millones de personas corren el riesgo de no poder salir de la extrema pobreza en que se encuentran. 1430 millones de personas no saben leer ni escribir. Mientras tanto despilfarramos dos millones de dólares por minuto en gastos militares, el equivalente a la totalidad de la deuda del Sur pobre a los países ricos del Norte.
Esta bochornosa situación nos empuja más allá de una simple preocupación si nos preciamos todavía de ser humanos. Nos hace quedar más que incómodos frente a la manera clásica de encarar los derechos humanos y en particular ante la manera de luchar de muchas organizaciones de derechos humanos (DD.HH.) que generalmente responden a una concepción limitada e individualista de los DD.HH. No pocas veces tienen dificultad para ver la complejidad estructural-causal de la violación de ellos. La clásica lectura liberal de la Declaración Universal no puede entender que ciertas personas son una especie de negación para la sociedad. No son reconocidas como seres humanos, como personas, como sujetos de derechos. Ellas son los no-persona, los sin rostro, la multitud pobre de nuestros países del sur.
En la declaración de los 50 años de la Declaración Universal la realidad desborda absolutamente nuestros enfoques para luchar contra la violación a los DD.HH. Porque quien no cierra los ojos ante la agonía y la tortura de un niño con hambre en sus entrañas no puede aceptar sin más las maneras de trabajar y de luchar que hoy tiene la mayoría.