| dc.description | En estos "tiempos modernos" que vivimos, caracterizados por el agite, el stress y por la inseguridad, se ha hecho común atribuir como causa del gran mal de nuestra inseguridad cotidiana, a los jóvenes y adolescentes que andan por la calle haciendo de las suyas, dícese, robando, atracando, y, en el peor de los casos, matando y violando. Pero, por qué no nos detenemos un poco y pensamos en las consecuencias de esta perversa creencia, ampliamente publicitada.
Un primer aspecto que debe ser comentado es, sin lugar a dudas, el de su efecto estigmatizante y reduccionista. Con las opiniones emitidas se mezcla una suerte de euforia colectiva transformada en opiniones irracionales que a veces trascienden el ámbito del discurso para entrar en el ámbito de la acción, viendo situaciones donde la gente, por miedo, incomodidad o qué se yo otros sentimientos, decide que su vida vale más que la de esos pobres diablos y que en consecuencia debe aplicarse la Ley de Vagos y Maleantes; la población debe armarse; en algunos extremos se acepta la pena de muerte; surgen grupos —mal llamados organizados— de la sociedad civil como "Luces contra el Hampa" y, en definitiva, ¿qué nos queda? A estas alturas, lo más probable es que sólo se rescata la rabia, el reconocimiento, el resentimiento y, en fin, una gran desesperanza y, desde el que emite la opinión, una alta tendencia a patologizar estas conductas e incluso a deshumanizar. De esta manera el problema se reduce a suponer que la inseguridad personal (la de todos los días) es producto de que jóvenes marginales y pobres anden en la calle ociosos o sin hacer nada, vagueando. Esta postura es reduccionista en el sentido de querer limitar, el problema de la inseguridad a razones estrictamente socioeconómicas, en algunos casos, y, en otros, se atribuye a razones estrictamente individuales, como si las condiciones sociales no tuviesen que ver, entre las cuales se incluyen la escuela, la familia, el grupo de amigos, ámbitos que son genéricos y no exclusivos de un sector social o de otro.
Otro aspecto, en relación con lo anterior, tiene que ver con las consecuencias que estas visiones del problema pueden tener en la definición de políticas para su control. Desde la postura actual, tal y como creo que está siendo considerado el problema, las respuestas suelen ser más con políticas de represión que de prevención. Dicho sea de paso, una política represiva no hace falta cuando los controles, y por ende la institucionalidad de un país, funcionan; creo que no es el caso de nuestro país —por lo menos en los actuales momentos—. La otra cara, la de la prevención, por supuesto que no cabe cuando las soluciones aplicadas son de emergencia y sólo para "apagar el fuego".
Este artículo quiere hacer énfasis en el aspecto estigmatizante y reduccionista del problema antes esbozado. Para ello, se han querido aprovechar estas líneas como una oportunidad: la oportunidad de expresar una mirada de esperanza sobre los jóvenes transgresores. Esto no significa justificar; por el contrario, se quiere ampliar el espectro posible de comprensión de dicha problemática. Para ello un punto de inicio es desmitificar. | |
