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Es éste un tema polémico y delicado porque hay muchos intereses de por medio, costumbres, ideas y creencias que hacen difícil tratar este asunto. Sin embargo es importante en la coyuntura actual hacerlo con sinceridad, dado el problema por el que atraviesa nuestro mundo actual. La desorientación es grande, la desilusión nos invade y parece que no se ve salida fácil a esta situación.
No obstante, la importancia de este asunto, del que depende en gran parte el futuro humano, debe llevarnos a afrontarlo sin temores, hipocresías ni evasiones, dada su trascendencia.
Reconozcamos que las religiones han tenido una postura prepotente muchas veces. Han querido convencernos cada una de ellas, por lo general, que era poseedora de la verdad absoluta con total o relativa exclusión de las otras. Y han pensado frecuentemente que no podía haber moralidad seria y firme si no se aceptaba que ellas eran las depositarías casi en exclusiva de la misma y su única base firme.
Pero la historia no es tan optimista: las guerras de religión, las torturas, las coacciones, el abuso de poder y la falta de libertad con los que no comulgaban con sus creencias, ha sido casi constante en muchas de ellas y, en particular, en el desarrollo histórico del cristianismo. Por eso no es extraño que un Bertrand Russel dijera: «la religión ha causado más sufrimientos de los que ha impedido». Y la causa es la intolerancia que produce el dogmatismo; por eso le parece ejemplar el budismo primitivo, que «tuvo el elemento mínimo de persecución», como yo creo que pasó con el primitivo cristianismo.
La primera pregunta que surge, al plantearse este tema, es: ¿«Cómo abordarlo para que no se deforme nuestra concepción de apertura?». Yo creo que debemos recordar para ello los consejos de esas religiones primitivas que fueron ejemplares en su conducta tolerante. El Buda, del cual se conservan sus enseñanzas básicas, decía: «No creáis con excesiva facilidad si alguno pretende afirmar que una cosa es totalmente buena... Asimismo, no creáis en libros, en escritos, en teorías, en doctrinas de escuela y sus comentarios, simplemente porque fueron recopilados por ancianos maestros. No creáis en determinados prejuicios, intenciones y costumbres altivas: todas las culturas son, en sus peculiaridades, presuntuosas y están convencidas que son mejores que las demás. No existe motivo alguno para conceder fe a alguien, únicamente porque se trate de un maestro, de un superior, de un hombre poderoso, o de una autoridad. Vosotros sois los que debéis sopesar las cosas por vosotros mismos, porque vuestra propia conciencia así lo decida, y porque es beneficioso y trae buenas consecuencias, entonces comportaos con toda tranquilidad de acuerdo con ello» (Kalama Sutra).