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De unos años para acá los términos «solidaridad», «solidario» y «solidarizarse» se han puesto de moda, tanto en el lenguaje religioso como en el profano. Se habla de la solidaridad de Dios o de Jesús con los hombres, de que tenemos que ser solidarios los unos con los otros, de la solidaridad con el Tercer Mundo, de que hay que solidarizarse con los demás, en especial con los más necesitados. Se dice que los seres humanos son ahora mucho más solidario que en otras épocas, se resaltan la cantidad de movimientos y grupos que tienen como fundamento la solidaridad con los más débiles, se anuncia que el futuro de la humanidad está en la cultura de la solidaridad.
Asistimos hoy a un fenómeno sin precedentes en la historia de la humanidad: el voluntariado social a escala planetaria. A lo largo de la historia siempre ha habido gente dispuesta a trabajar por los demás, personas que han puesto a disposición de los otros sus mejores capacidades y energías, hombres y mujeres con conciencia social y sensibilidad que se han preocupado de mejorar las condiciones de vida de sus semejantes o que se han conmovido ante las injusticias, miserias y desgracias humanas y se han esforzado por combatirlas o paliarlas. Pero en medio del conjunto de la sociedad eran como una raya en el agua, una minoría heroica con vocación de servicio, integrada normalmente en grupos o instituciones de tipo religioso. Tal ha sido, a lo largo de la historia del cristianismo, la aportación más valiosa que han prestado a la sociedad las órdenes y congregaciones religiosas. Lo que hoy llama la atención es el carácter masivo y muchas veces aconfesional del voluntariado social. Gente de toda índole, creyente o no, que presta un servicio dentro de la sociedad a los más desfavorecidos. Piénsese en «Médicos sin Fronteras», en el voluntariado de Cáritas o de la Cruz Roja, en los que trabajan con los enfermos de SIDA, con los drogadictos o los presidiarios, o en la cantidad de jóvenes que dedican sus vacaciones a trabajar en campos de refugiados o en los países del Tercer Mundo. Según las estadísticas, en España hay más de medio millón de personas integrados en ese voluntariado y en Latinoamérica son cerca de cinco millones.
Frente a esa realidad hay algo que para los que nos consideramos cristianos puede resultar sorprendente. En los evangelios jamás aparece la palabra «solidaridad» ni los verbos «ser solidario» o «solidarizarse». En cambio, son términos frecuentes en las cartas paulinas y en otros escritos del Nuevo Testamento: ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué Jesús no estuvo interesado por la solidaridad?, ¿qué no fue un hombre solidario?, ¿qué la solidaridad no constituye un elemento esencial de su mensaje?