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El autor se interroga sobre el papel que pueden jugar en la sociedad mundial las entidades y culturas autóctonas una vez que se resquebraja el mito de la soberanía de los Estados.
Hasta hoy, en nuestro mundo, los derechos humanos individuales han tenido un eco mucho mayor, en la conciencia de las personas e instituciones, que los derechos colectivos. Hay una cierta debilidad, un importante déficit en la defensa de estos últimos, seguramente fruto de una menor conciencia sobre su importancia. Se trata de una debilidad a la vez teórica y práctica; porque, por una parte, es más difícil formularlos atinadamente, y, por otra, es más difícil establecer mecanismos para garantizar su pleno ejercicio. Es urgente poner más énfasis y esfuerzos en este terreno.
Por ejemplo, uno de los principios que hoy día rige cuando se trata de resolver conflictos entre pueblos, es el de la integridad territorial de los estados, de la intocabilidad de las fronteras. Principio antiguo ya, e insuficiente, que bien poco podría ayudar, por ejemplo, a encontrar salidas positivas al problema de muchos pueblos indígenas del continente americano.
Son muchas y muy variadas las colectividades humanas que pueden ser sujetos de derechos. Es diverso el universo de los pueblos del mundo. Cuando un pueblo tiene historia y cultura (quizá lengua) propias y diferenciables, podemos llamarle nación. Pero hay que añadir enseguida que lo que hace un pueblo una nación, además de las raíces históricas y la identidad cultural, es la voluntad de las personas de integrarse en él y de participar en su proyecto colectivo histórico actual, y en la construcción de su futuro dentro del concierto general de los pueblos. Se puede hablar aquí de un derecho de las personas a escoger su pueblo, su nación.
Y los pueblos, las naciones, tienden a dotarse de estructuras sociales y políticas propias; las necesitan de algún modo. Estas estructuras los convierten en estado, o son el estado dentro del cual están federados, o quizá sometidos. Aparecen así las fronteras estrictamente delimitadas y el concepto de unidad y soberanía dentro de ellas. Es lo que se acostumbra a llamar el estado-nación, o estado simplemente.