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dc.creatorSölle, Dorothee
dc.date1995-09
dc.date.accessioned2023-03-22T18:06:41Z
dc.date.available2023-03-22T18:06:41Z
dc.identifierhttp://repositorio.uca.edu.ni/4023/1/B%C3%BAsqueda%20%20feminista%20de%20los%20nombres%20de%20Dios.pdf
dc.identifierSölle, Dorothee (1995) Búsqueda feminista de los nombres de Dios. Diakonia (75). pp. 18-24.
dc.identifier.urihttps://hdl.handle.net/20.500.12032/78440
dc.descriptionEn el mismo plano de teología fundamental, la autora trata de aportar la perspectiva femenina al tema clásico de la búsqueda de Dios: En su discurso sobre Dios, el patriarcado pierde la trascendencia del Dios; así quisiera resumir el estado de la teología feminista después de un cuarto de siglo. Si a Dios se le nombra sólo con un “él”, se lo está pensando en una manera demasiado restringida. Mientras se utilice un lenguaje que ignora a la mitad de la humanidad, no se logrará decir de veras lo que en realidad debería expresarse. La idea de que la mujer es por naturaleza inferior, así como el intento de legitimar teológicamente su sojuzgamiento mediante el alegato de que su subordinación estaría inscrita en el orden de la creación, ha sido uno de los mayores obstáculos en el largo camino de la humanización del ser humano. Entendámonos: la de ambos sexos. “La anatomía es destino”, decía Freud sin tener conciencia de la manera en que la sustancia misógina de esa frase se revierte sobre aquellos que la expresan, institucionalizan y viven; como si la libertad, la fuerza del yo, la humanización, fuesen posibles solamente para una parte de la humanidad y a costa de la otra que estaría destinada, por naturaleza, a quedarse sin libertad. Una cita de los escritos del Padre de la Iglesia, Jerónimo, muestra la continuidad ideológica: “Mientras la mujer vive para el parto y los niños, existe entre ella y el varón la misma diferencia que entre el cuerpo y el alma; sin embargo, si ella quiere servir a Cristo más que al mundo, dejará de ser mujer y será llamada ‘varón’ porque deseamos que todos sean elevados a la perfección del varón”. La comprensión del Dios creador expresada aquí, confirma mi tesis inicial. Según esta tradición, Dios creó solamente al varón, y éste es incapaz de pensar lo otro, sino como un objeto utilizable. Si Dios no es más que el varón, entonces el varón es Dios. El sexismo es herejía, contradice a las Escrituras (Gén 1, 27; Ex 2, 14) y transforma a Dios en un ídolo fálico. Hoy en día, es posible observar la interdependencia que existe entre la imagen patriarcal de Dios y las posiciones masculinas de poder en la iglesia y en la sociedad, en todo lugar donde se sacude uno de estos dos pilares: el Dios-Padre o el Poder Masculino. Así como no basta un nombre para una persona, tampoco es suficiente un sólo nombre para Dios; pues usar sólo un nombre y, peor todavía, un símbolo familiar, conduce a error. Hay que entender lo divino en categorías de una relación armónica y dinámica de opuestos: presente y oculto, poderoso e impotente, sufriente y consolador, madre y padre, castigador y salvador. Cualquier intento de querer nombrar a Dios con una palabra excluyente, de querer hacer del padre jesuánico, del Padre Nuestro, el garante de nuestro lenguaje inmutable, es un atentado contra Dios, porque es tratar de dominarlo e incorporarlo al reino de lo disponible. “Yo seré quien seré”, es un intento de rechazar, mediante una traducción, la idolatría dominante. Dios trasciende a Dios, como dicen los teólogos del proceso. Y como cualquier buena afirmación teológica, también ésta tiene un sentido crítico y excluyente que dice: un Dios que no trasciende a Dios, no es Dios. Dios aprisionado por un determinado lenguaje, definido a través de determinadas aseveraciones, conocido bajo nombres que han sido establecidos por determinadas formas socioculturales de poder, no es Dios, sino que se transforma en una ideología religiosa. Los símbolos, como, por ejemplo, el de la omnipotencia de Dios, me dicen más sobre las proyecciones y deseos de los varones que los usan, que sobre Dios. Los nombres pueden convertirse en prisiones de Dios. Cuando leo la expresión “el todopoderoso”, no puedo dejar de escuchar a Hitler vociferando. La teología feminista, como toda teología de la liberación, nace de la experiencia de la herida; crece desde la destrucción en la vida de las mujeres, sea económica, política, social, física, intelectual o psíquica. Hace visible las mutilaciones. Surge entre mujeres que se dan cuenta de su situación y en conjunto dan pasos hacia el cambio, rompiendo con las convenciones y formas de la teología dominante y con el acomodo de ésta con el poder. Este acomodo atribuye a las iglesias una tarea cultural que contradice su mandato y su tradición: hacer invisibles a las víctimas de nuestra situación y, si ello es imposible, por lo menos las causas de la miseria deben quedar fatalmente borrosas. Los anunciadores deben hablar de José y María, pero no conocer muy bien a los sin-casa de nuestras ciudades. Interpretan el relato del artrítico y sus amigos, pero no saben si los enfermos de sida también tienen amigos. Mencionan a “los hambrientos” pero la feminización de la pobreza queda fuera de su horizonte.
dc.formattext
dc.languagees
dc.publisherCentro Ignaciano de Centroamérica
dc.relationhttp://repositorio.uca.edu.ni/4023/
dc.rightscc_by_nc_nd
dc.subject233 Género humano
dc.subject239 Apologética y polémicas
dc.titleBúsqueda feminista de los nombres de Dios
dc.typeArticle
dc.typePeerReviewed


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