La reforma agraria sandinista dio a nuestros campesinos millones de hectáreas de tierra, financiamiento, maquinaria, capacitación. Pero como proyecto de desarrollo económico fue un fracaso. Porque falto lo básico. El desarrollo económico no produce desarrollo humano. Es al revés: el desarrollo humano es el que produce desarrollo económico. No se trata de "educar para producir". Hay que "educar produciendo", o "producir educando". Hay que convertir los proyectos de desarrollo en escuelas de educación popular.
Todos los análisis económicos sobre la década de los años 80 en América Latina se pueden resumir en la famosa frase acuñada por la CEPAL (Consejo Económico para América Latina): "fue una década perdida”. Todas las estadísticas de los organismos internacionales nos muestran que en esos años el pueblo latinoamericano se hizo más pobre. En mayo de 1993, Juan de Dios Parra, Presidente de la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos (ALDHU), recordó en Quito que en los últimos 20 años viven en América Latina 70 millones más de seres humanos hambrientos, 30 millones más de analfabetas, 10 millones más de familias sin techo, 40 millones más de desempleados. Ante este drama surge inmediatamente una pregunta: ¿Qué pasó con los millones y millones de dólares que llegaron a nuestro continente a través de ONGs, grupos de Iglesias, organismos financieros y agencias gubernamentales? Todo ese capital cayó como agua en canasto. Esfuerzos, sufrimientos, trabajo, sudor, organización, esperanzas para promover el desarrollo económico local. Y al final, la población se ha hecho más pobre. ¿Qué pasó?