Description
La persona cooperante raras veces actúa sola. Lo común es que trabaje dentro de una organización; sea ésta gubernamental o no.
La organización a la que pertenece delimita el marco de actuación, señala los objetivos, fija las propuestas, aprueba los proyectos de intervención, determina los criterios con los que se ejecutan las acciones... El o la cooperante no realiza su proyecto; gestiona, propone, diseña el proyecto de la organización que está cooperando.
Sin embargo, la persona cooperante, contra lo que con frecuencia arguye, sí que puede condicionar grandemente la calidad de la cooperación que se realiza. Dentro de su organización, tiene un poder, un campo de juego e influencia propio. Y lo puede usar de un modo u otro.
Además, el cooperante o la cooperante, en su trabajo, como ocurre en el caso de otras profesiones, y con frecuencia más que en ellas, compromete en sus tareas cotidianas la globalidad de su persona. La sonrisa, el guiño, el tono de voz, el gesto, se convierten en herramientas cotidianas de su labor.
En cooperación, como advertía San Vicente Paúl, es más importante cómo se da que lo qué se da. Por tanto, el cooperante, como responsable último, y con frecuencia principal, del cómo se hace la cooperación tiene en su mano, en buena medida, una parte fundamental del éxito o fracaso de la cooperación. Tiene poder.
En consecuencia como sucede con la profesión médica, en la abogacía, y en tantas, el cooperante debe tener un código, un modo propio de ejercer la cooperación, una guía ética que va más allá de la política concreta que desarrolle la cooperación en la que coyunturalmente trabaja.
El siguiente decálogo, referido exclusivamente a cómo se coopera, intenta esbozar un código de conducta cuya validez se extienda más allá del país o sector en el que se realiza la cooperación, y más allá también de las características de la organización cooperante.