Description
Durante años he dedicado mi trabajo profesional en televisión y a la realización de programas dedicados a niños y jóvenes -especialmente a estos últimos-, obedeciendo a la gran preocupación que me produce saber instalados ante la pantalla a este género de telespectadores, entre los cuales hay ya numerosos teleadictos. Durante bastante tiempo mi inquietud encontró cierta correspondencia en la televisión pública, única cadena hasta el nacimiento de las privadas, con las que se inició la guerra de las audiencias, en la que todo está permitido. En la actualidad parece haberse perdido toda medida y se programa sin el menor sentido de responsabilidad, olvidando la ética más elemental y perjudicando a niños y adolescentes, que son los telespectadores más desvalidos. Las televisiones son hoy un negocio y, como tal, cualquier cosa les resulta válida. No debemos olvidar que las estructuras económicas que sustentan el sistema único, aunque multipartidista, que estamos viviendo, tiene como única meta afianzar la mal llamada sociedad del bienestar -para mucha gente del más absoluto malestar-. El dinero ha sustituido a cualquier otro valor. No debe extrañarnos que las televisiones basen en él sus objetivos. Del llamado rating de audiencia depende la inversión de la publicidad y los beneficios de los consejos de administración. No se piensa, pues, en los telespectadores -mucho menos en los más pequeños-, sino en las agencias publicitarias y en los clientes a los que representan. Son ellas las que gobiernan y programan, dando lugar no sólo a los spots, sino a los programas que, como aquellos, venden una realidad manipulada y unos modelos de identificación en los que seres equivalente a triunfar y felicidad sólo puede entenderse en la adquisición de los más diversos objetos. Al fin y a la postre, la pequeña pantalla es el espejo de las estructuras económicas que la sostienen y del mundo a que han dado lugar y, a su vez, lo legitiman y refuerzan.
A veces me pregunto si el afán por lograr que los telespectadores vivan una realidad televisiva en vez de una realidad real; si el interés por que no piensen ni reflexionen obedece a una intención premeditada o es el fruto de la inconsciencia. No puedo aventurar un juicio pero sí remitir de nuevo a mi experiencia profesional. Durante el tiempo que permanecí como directora de Producción Ejecutiva de Programas Infantiles y Juveniles en Televisión Española, tropecé con toda clase de obstáculos para explicar a los telespectadores juveniles por qué se matan niños en las calles de Brasil, o mueren de hambre en tanto países, o se compran y se venden para los más diversos fines como la prostitución. Según parece, se admite todo menos una explicación coherente y real de nuestra sociedad capitalista.