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El masoquismo, llamado así por el nombre de Leopold Ritter von Sacher-Masoch (1836-1895), es el fenómeno patológico de una disposición psicosexual individual según la cual no se consigue una excitación y satisfacción sexual si no es padeciendo malos tratos. Empleo aquí este concepto en sentido análogo para referirme a un fenómeno de psicología social relativo principalmente a la actitud interna y a la conducta externa de los jerarcas de la Iglesia católica que ocupan un puesto decisivo y ejercen su poder en la mencionada Iglesia.
Se discute mucho el concepto mismo de Iglesia oficial o de Iglesia jerárquica. Lo utilizaré por principio en sentido positivo. Si se está convencido, como yo lo estoy, de que la causa de Jesucristo -tá lesou Christou (Filpenses 2,21)- es un mensaje que ha de transmitirse a las generaciones futuras y debemos preservarlo del olvido, y de que, además, ha de plasmarse hoy día en la sociedad humana, entonces esa causa de Jesús necesita una institución. Y esto quiere decir: necesita personas que ejerzan en ella un ministerio; necesita ser una Iglesia con oficios y ministerios; necesita ser una Iglesia oficial o ministerial. Exagerando y simplificando las cosas, pero sin falsearlas, podríamos afirmar: En una sociedad mundial como la de los siglos XX y XXI, en la que los diversos continentes y naciones se hallan cada vez más dependientes unos de otros, habría que crear una cúpula universal que dirigiese la Iglesia, en caso de que ese ministerio no existiera ya.
Ahora bien, lo trágico del problema consiste en que la dirección central de la Iglesia católica, tal como existe actualmente, no se halla al servicio -en general- de la causa de Cristo, y no sólo es un obstáculo para la transmisión del mensaje de Cristo a las generaciones futuras y para que ese mensaje llegue a plasmarse en la situación actual, sino que además, con un masoquismo colectivo, hace casi todo lo posible no sólo para originar problemas e infligir sufrimientos a muchísimos miembros de la Iglesia católica, sino también para perjudicar de esta manera a la causa de Cristo. Para demostrar la verdad de esta tesis, voy a presentar cinco ejemplos.
¡El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica representa una oportunidad desaprovechada! En vez de servir de mediador entre la enseñanza crítica y liberadora del Antiguo y del Nuevo Testamento, por un lado, y las culturas contemporáneas, por el otro lado, pretende imponer a todos los católicos del mundo entero una determinada teología de cuño neoescolástico principalmente y centrada en Roma. En vez de solidarizarse con la sensibilidad contemporánea y, basándose en una presentación sencilla y fundamental del mensaje bíblico, proclamar ante los hombres de hoy la “Buena Nueva” del “sí” de aceptación irrevocable del Dios que ama a la humanidad, y presentar ese mensaje de una manera creíble, lo que se trata de hacer es una indoctrinación universal en miles de cuestiones particulares. ¡Como si no se hubieran producido nunca los esfuerzos por plasmar una “fórmula abreviada de la fe” (Kari Rahner)! ¡Como si no se hubiera publicado ya la obrita de Hans Küng titulada “Credo”!
El texto del proyecto de la nueva encíclica moral “Veritatis Splendor” no representa en el fondo sino el intento de reclamar formalmente para el papa la autoridad absoluta, sin que haya habido una “definición ex cathedra y prescindiendo del Concilio, cuando afirma que está hablando de acuerdo con los obispos de la Iglesia, pero sin que conste que se haya solicitado ese acuerdo. Pero no sólo en cuanto a la forma sino también en cuanto al concernido, ese texto representa el intento de extender a cuestiones éticas la absoluta autoridad doctrinal del papa, incluso en los casos en que las tradiciones bíblicas no legitiman tal postura, y recurriendo para ello a un “derecho natural” interpretado según la neoescolástica. Muchos observadores temen que esa encíclica constituya únicamente la base legitimadora para una segunda “encíclica moral” que aborde cuestiones concretas de moral sexual como la planificación familiar, la homosexualidad, las relaciones sexuales
prematrimoniales, la interrupción del embarazo, etc. Esto equivaldría a una catástrofe de medianas dimensiones para la Iglesia católica. Por esta razón, sería enormemente importante que la Iglesia católica empleara a fondo la autoridad que le queda en favor de una ética liberadora, basada en las tradiciones bíblicas y humanizadora.