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Los marxistas se miran los proyectos con escepticismo. Siempre lo han hecho. Todos recordamos la polémica de Marx contra Proudhon en el Manifiesto Comunista allí donde critica que
“la acción histórica esté sometida a la acción de inventiva personal, las condiciones de liberación creadas por la historia, a unas fantasiosas, la espontánea y progresiva organización clasista del proletariado, a una organización especialmente imaginada por unos inventores” (Marx y Engels, 1986: 64),
Y recordamos otras numerosas ocasiones en las que los padres del socialismo “científico” criticaban a los “utópicos”. En general, esta aversión de Marx a establecer proyectos ha sido saludable, alimentada, al menos en parte, por un respeto a la concreta especificidad de la situación revolucionaria y a los agentes comprometidos en la actividad revolucionaria; la tarea de los intelectuales marxistas no es decir a los agentes de la revolución cómo deben construir su economía post-revolucionaria.
Pero la dialéctica histórica es algo muy curioso: las virtudes a veces se convierten en vicios, y viceversa. En el actual momento histórico, la escéptica aversión a los proyectos está fuera de lugar. Esta es mi aseveración. En la coyuntura histórica actual, necesitamos un “proyecto” -un modelo teórico de socialismo viable y deseable-. No es ningún secreto que el viejo argumento de que el socialismo no puede funcionar, ha recibido un fuerte impulso con los recientes acontecimientos -aún en curso- de la Europa del Este y de la Unión Soviética. Ciertamente, el alcance y la profundidad de los sentimientos anti socialistas y pro capitalistas, entre aquellos que han vivido o aún viven bajo el “socialismo real”, son inevitablemente preocupantes, incluso para aquellos de nosotros que durante mucho tiempo hemos sido críticos con ese tipo de socialismo. Parece suficientemente claro que la izquierda necesita algo más que eslóganes sobre planificación democrática y/o control del trabajador, si tenemos que competir con algún grado de efectividad contra creciente hegemonía de la ideología capitalista.
La dialéctica histórica es algo muy curioso. Precisamente ahora que la hegemonía capitalista parece más segura, y la izquierda parece atrás necesitada de una visión alternativa, los materiales para construir y defender esta visión están al alcance.
Durante las dos últimas décadas ha habido un resurgimiento de la búsqueda teórica y empírica de arreglos económicos alternativos -esquemas alternativos de organización de los puestos de trabajo, mecanismos alternativos de planificación, sistemas alternativos de integración de la planificación y el mercado- y mucho de ello, aunque no todo, ha venido de la competencia intensificada entre naciones capitalistas.
Mi tesis es que la izquierda ahora está en condiciones, como nunca lo habíamos estado, de argumentar con confianza moral y científica, que existe una forma deseable de socialismo que funcionará. Este cuaderno avanza en esta dirección.
Antes de empezar, quisiera destacar que no creo que el proyecto de construir y defender modelos de socialismo viable y deseable sea el único proyecto meritorio para los agentes o intelectuales socialistas en estos momentos; ni tampoco creo que tener un modelo viable solucione el problema de “qué hay que hacer”. En absoluto. El “problema de la transición” aún es enorme. Al mismo tiempo, creo que es importante que tengamos alguna idea sobre qué es lo que esperamos ser en la transición -aun reconociendo al mismo tiempo que las exigencias de la lucha concreta exigirán indudablemente diversas modificaciones de cualquier proyecto que se proponga-. Ciertamente, el “proyecto” a establecer aquí no debería entenderse como una forma fija, óptima en cada situación del mundo real. Más bien se entiende básicamente como un arma intelectual contra los apologetas del capitalismo, que siempre proclaman que no importa que las cosas vayan mal con el capitalismo, puesto que no hay alternativas viables.