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Prácticamente me ha parecido mejor no hablar de “retos apostólicos” para subrayar así mi convicción de que es uno el “reto apostólico” que debemos aceptar, algo así como “el único necesario”.
Hoy más que hace 25 años, el principal reto apostólico que se le presenta a la Compañía de Jesús es el que proviene del hecho mayor de nuestro tiempo, el empobrecimiento creciente de nuestros hermanos los pobres, que tiende ya a ser históricamente exclusión estructural. Se trata del despojo de su vida, del aparente fracaso de sus proyectos históricos, y por consiguiente del asalto mortal a su esperanza y a su solidaridad, al mismo tiempo que a su fe. Es a la vez la máxima “desolación” con que estamos confrontados.
Este hecho mayor es ya un hecho global. Atañe, por supuesto, a las dos terceras partes de la humanidad que viven en el Sur. No vamos a citar estadísticas. La mayoría de nosotros nos hemos asomado al horrendo panorama que los dos últimos informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD- (1990 y 1993) nos pintan sobre el Desarrollo Humano. Atañe también, sin embargo, al tercio excluido de las “sociedades de los dos tercios” que viven en el Norte, es decir a jóvenes estructuralmente desempleados, muchos de ellos atacados por la droga, a mujeres doblemente excluidas por el desempleo, a inmigrantes étnica o racista- mente discriminados, a enfermos incurables y a minusválidos sin remedio, a ancianos relegados al aislamiento, a una nueva población relanzada a la mendicidad, etc. Las mayorías empobrecidas no son sólo una realidad humana cuantitativa, sino sobre todo cualitativa. Son los que no tienen “figura humana” y, sin embargo, son “luz de las naciones” (Is 53,2 y 42,6) porque a su potente luz se descubre la auténtica inhumanidad, la de aquellos que los han arrojado a los basureros de la tierra.
Desde nuestra fe, estas mayorías empobrecidas son -como diría Ignacio Ellacuría- “el pueblo crucificado” y -en expresión del episcopado católico de A.L.- los “rostros sufrientes de Jesús crucificado” (Puebla, 31; Sto.Dom. 178). Tomar esto en serio es afirmar sin duda alguna que el llamado al servicio que escucha la Compañía de Jesús, la vocación al trabajo por el Reino -central en los Ejercicios-, vienen de estas mayorías, en las que el Verbo de Dios está “nuevamente encarnado”, en las que Cristo “padece en la humanidad”-diría Ignacio de Loyola en los mismos Ejercicios-, Tomar esto en serio, en vísperas de la Congregación General 34, significa que la recreación o renovación (la historización) del carisma jesuítico como misión de servicio a la fe y lucha por la justicia no ha perdido pertinencia. Hemos escrito “lucha” por la justicia y no “promoción” de la justicia, porque promocionar la justicia en un mundo con esas tendencias excluyente de las mayorías empobrecidas, es decir en el “antireino”, significa, como para Jesús, luchar por la justicia contra sus enemigos personales y estructurales. Por lo demás, el P. General Kolvenbach ha usado no pocas veces esta expresión más fuerte.
Frente al llamado apostólico que proviene de esta realidad, el reto fundamental, la respuesta de “los que más se quisieren señalar en el servicio”, es “no hacer mudanza” y “moverse contra la desolación”, que se traduce en perseverar, durar creativamente en el compromiso preferencial con los pobres y mantenerse en él aunque parezca que todas las ideologías mediadoras de este compromiso y la mayoría de los proyectos históricos que las concretaron hayan fracasado. Antiguamente se nos decía a los novicios de la Compañía de Jesús que quien perseveraba en la Compañía tenía asegurada su salvación eterna. Hoy habría que decir que esa salvación de la vida del jesuita no puede asegurarse si no se acoge como la gracia mayor esa perseverancia creativa en el compromiso preferencial con los pobres.
He usado el concepto “ideología” en el sentido que le da Juan Luis Segundo, S.J., no como cosmovisión sino como diseño de fines y medios históricamente prácticos que median las opciones de la fe. Es cierto que no es posible durar creativamente en un compromiso histórico, en una praxis creyente, sin que estos sean mediados por ideologías y proyectos históricos. Pero, para destacar fuertemente lo que estoy tratando de decir, hay que afirmar paradójicamente que hay que perseverar creativamente en este compromiso con los empobrecidos, aunque no aparecieran ideologías o proyectos históricos mediadores en que apoyarse, sencillamente porque este compromiso es el corazón del Evangelio de Jesús. Más aún, extremando la paradoja, habría que afirmar que la reversión de esta tendencia estructural histórica al creciente empobrecimiento de las mayorías de la humanidad, es decir la contribución militante al proceso de humanización de los empobrecidos, tiene valor absoluto para nosotros y que a él debemos servir como cuerpo, aunque Dios no existiera.