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Las mujeres hebreas del Antiguo Testamento soportaban una situación muy discriminada con respecto al varón. Estaban excluidas prácticamente de la vida religiosa. No se les enseñaba la Torá pensando que eran incapaces de una total observancia. Tanto en el Templo como en las sinagogas, estaban separadas de los hombres y en ocasiones relegadas a los últimos lugares. El culto empezaba cuando se reunían diez hombres, mientras que el número de las mujeres no contaba e incluso se les prohibía leer la ley y los profetas.
Socialmente también era considerada la mujer inferior al hombre. Eran muy despreciadas por los rabinos que nunca les dirigían la palabra en público. Las escuelas estaban reservadas para los niños y ellos eran los primeros en las herencias pasando delante de las niñas. A todas estas señales, presentes en todas las culturas de tipo patriarcal del Oriente Medio, los hebreos añadían la circuncisión, interpretada como señal de pertenencia al pueblo de Israel, que estaba reservada exclusivamente a los varones, por lo que a las mujeres se les consideraba al margen de la comunidad.
No era mejor el ambiente familiar de la mujer. Tenía que trabajar duramente: moler el grano, hacer el pan, buscar el agua y la leña, hilar, coser, cocinar... En la vida nómada, la mujer plantaba la tienda y la desmontaba. Intervenía también en las faenas del cultivo de la tierra: arar, sembrar, cosechar. Las mujeres debían permanecer siempre en casa, sobre todo en edad de contraer matrimonio. Se les tenía cierta consideración si llegaban a ser madres. La descendencia jugaba un papel importantísimo entre los hebreos. La descendencia se convirtió en el objeto de las bendiciones de Yahvé a los patriarcas, en las promesas que debían realizarse. De ahí que la fecundidad de las mujeres fuera necesaria. Pero, en cualquier caso, el marido era el dueño absoluto. Su mujer debía obedecerle en todo.
En una versión del Decálogo se incluye a la esposa entre los bienes que componen la propiedad del marido (Ex 20,17). Pero aunque las mujeres sean enumeradas entre los bienes del esposo, los relatos bíblicos, que hacen referencia expresa a las mujeres, muestran que gozaban de cierta consideración entre los hombres. Las mujeres bíblicas como Ruth, Esther, Ana, o la madre de los siete hijos mencionada en el libro segundo de los Macabeos, son caracterizadas como modelos de conducta femenina que fueron incidiendo en la estructura ministerial del pueblo elegido a través de sus experiencias. Podemos suponer, pues, que las mujeres hebreas compartían los privilegios y limitaciones establecidos para todas las mujeres en la cultura dominante de su tiempo.