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En el capítulo cuarto del evangelio de San Juan, el evangelista cuenta la historia del encuentro de Jesús con la mujer samaritana en el pozo de Jacob (Jn. 4, 1-42). Jesús está cansado y sediento. Es mediodía y ha estado viajando toda la mañana. Le pide a la mujer un trago (v7), tan sólo una simple petición, pero que viola las barreras culturales de género y raza.
Cuando la mujer exclama sorprendida (v 9), Jesús se centra abruptamente en la pregunta y él mismo ofrece de beber a la mujer (v 10). Aunque escéptica, ella intenta comprender el significado del ofrecimiento del agua de Jesús, poniéndolo en el contexto de su propia experiencia. La mujer comienza su búsqueda de comprensión apelando a sus tradiciones y experiencia religiosa cultural (v 12).
Tiene dificultad para percibir la naturaleza simbólica y espiritual del agua ofrecida por Jesús. Para ella es un regalo físico y aun no puede ver cómo se relaciona con la revelación de Jesús y el don del Espíritu (v 15). Jesús señala el significado simbólico dirigiéndolo a la experiencia vital de la mujer (v 16-18). Él le revela no su insuficiencia moral, sino su profunda sed por la vida, que la conduce de una supuesta satisfacción a otra, sin dejar que alcance el cumplimiento final hasta que encuentre el agua de la vida.
No es en la relación sexual con hombres donde va a encontrar el significado de su vida, sino en una relación renovada con Dios por medio de Jesús. La mujer contesta no con evasión, como se piensa a menudo, sino con profunda aceptación e introspección. Ella ve en seguida que el autoconocimiento que Jesús le ofrece es profundamente espiritual.
Ella percibe también que el problema real, en términos de su propia espiritualidad, es el del culto a Dios (v 20). Aquí la mujer no evita los temas dolorosos de su vida, sino que busca el lugar en su propia experiencia donde el autoconocimiento y el conocimiento de Dios se encuentran.
Este es el punto donde empieza la verdadera espiritualidad para Juan: es el momento cuando el auténtico amor a sí mismo comienza a emerger haciendo surgir y provocando la adoración de Dios.
En el resto de la conversación, la mujer busca a tientas una forma de comprender más profundamente el papel de Jesús en la Revelación de Dios (vv 21-26). Cuando logra una comprensión suficiente corre al pueblo y comparte con ellos su fe. (vv 28-30). Deja atrás su jarra de agua porque ahora es irrelevante para su propósito. Ahora sabe, en el más profundo nivel, que el regalo de Jesús es un regalo del corazón. En esta acción ella admite su sed por la vida y su reconocimiento de Jesús como el dador de la vida.
Mientras tanto, los discípulos regresaron y se sintieron ofendidos por la violación de los límites de género, (v 27). De ahora en adelante, está claro que ellos no entendieron nada de lo que ha ocurrido. Por otro lado, la mujer comprende a ambos y comparte la misión de Jesús. Ella va al pueblo con el papel de apóstol y comparte con Jesús “la cosecha” de samaritanos, a través de su testimonio evangélico (vv 39-42).
Permanece un notorio contraste con los discípulos que, por medio de la incomprensión y el prejuicio, no juegan ningún papel en la cosecha apostólica (vv 31-38).
El conocimiento de sí misma y la introspección espiritual han conducido a la mujer de una vaciedad interior a una profunda espiritualidad y entusiasmo desbordante por la misión del Evangelio.