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La espiritualidad es un tema actual. Después de años en los que la temática de la secularización, en el Primer Mundo, y la crítica al pecado estructural y el compromiso sociopolítico, en el Tercero, acaparaban la reflexión teológica, se nota hoy un creciente interés por la espiritualidad. No se trata de que los problemas anteriores hayan desaparecido ni que hayan dejado de ser centrales para la teología, sino que se revaloriza la experiencia de Dios que permite afrontar la problemática de la descristianización de la sociedad en el primer mundo y la deshumanización en el tercero. El profesor Metz y Karl Rahner ya predecían que el futuro pertenece a los místicos comprometidos políticamente, mientras que en la teología de la liberación los temas de espiritualidad han ido aumentando en las últimas décadas.
Este auge de la espiritualidad responde a un signo de los tiempos. Vivimos un momento histórico en el que se vislumbra una nueva época de la humanidad, la de la tercera revolución industrial y la postmodernidad, lo que llamamos segunda ilustración, como crítica a la razón ilustrada decimonónica y a su hija predilecta la razón científica técnica. Experimentamos también un momento de crisis eclesial, la de llevar a cabo y realizar la dinámica del Vaticano II, la de la nueva evangelización para el tercer milenio, la de una Iglesia que ha hecho su perestroika y su glasnost en el Vaticano II y que tiene miedo de las consecuencias estructurales de esta reforma interna católica. Vivimos un momento histórico de cambio.
En este contexto es posible replantar una síntesis entre dogmática y espiritualidad que ponga fin al divorcio existente desde el siglo XVI, por lo menos. Por un lado, se ha dado una teología erudita y sistemática, lejana a los problemas concretos de la vida cristiana, que frecuentemente ofrecía respuestas a las preguntas especulativas que no tenía el cristiano de la calle y guardaba silencio respecto a lo concreto y lo cotidiano. La lectura de la teología difícilmente alimentaba la vida espiritual cristiana. Por el contrario, la espiritualidad se ocupaba de la vida cristiana con una gran pobreza dogmática y teológica, desde un enfoque devocional carente muchas veces de solidez y profundidad teológica.
El problema hoy no es sólo desarrollar una espiritualidad nueva y adaptada al momento histórico, sino que toda la teología sea espiritual y la espiritualidad sólidamente teológica. Esto exige un replanteamiento en profundidad de los tratados teológicos para reflexionar sobre el Espíritu Santo, el Dios olvidado de la teología católica, su función salvífica y la comprensión trinitaria de Dios, que desplace el monoteísmo tradicional desneumatizado.
Este replanteamiento afecta también a la espiritualidad tradicional que frecuentemente se ha desarrollado como una doctrina religiosa, como un conjunto de prácticas, devociones y métodos ascéticos para conseguir las virtudes y llegar a la perfección, más que como una reflexión sobre el Espíritu y la vida cristiana. Vamos a analizar algunas líneas de fuerza de la espiritualidad tradicional para, a continuación, proponer su transformación y desarrollar el horizonte de evolución en esta época de cambio.