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Vamos a empezar este artículo al revés; es decir, partimos de lo que no queremos decir, para luego señalar lo que sí queremos afirmar.
No vamos a hablar de lo que piensa el pueblo pobre como grupo o grupos sociales. No se pretende aquí, por tanto, una caracterización global del pueblo pobre. En este sentido, no queremos invadir tonta e indebidamente el campo de la sociología o el estudio antropológico de la forma o formas de pensar de este pueblo.
Tampoco se quiere decir que las actitudes que encontramos en la vida del pueblo son ya una utopía, un proyecto social. El asunto, más bien, es otro: se trata de descubrir ese horizonte de experiencia y de vida que hace posible pensar en la utopía, en un proyecto histórico de vida y de humanidad. Creo haber encontrado ese horizonte de vida en las actitudes de amigas y amigos del barrio donde he vivido durante algunos años ya. No todos los del barrio o del pueblo piensan como estos amigos, pero su manera de pensar y afrontar la vida está ahí, entre la gente. Si bien no todos los pobres piensan y actúan como estos amigos, su manera de pensar y actuar no puede separarse de su condición de pobres, de su pertenencia a este pueblo con su historia, su cultura.
Preguntar por ese horizonte de vida presente en la gente amiga, eso es lo que queremos hacer en este artículo. Ese horizonte que es previo a la utopía, pero que es a la vez su condición de posibilidad. De ahí que en el título queremos referimos a la fuente de la utopía, a las actitudes fundantes y presentes en la vida diaria del pueblo pobre.
Otra manera de expresar lo mismo es preguntar por la “materia prima’ de una espiritualidad con raíces en la vida del pueblo pobre. Digo “materia prima”, porque una espiritualidad supone una elaboración teológica sistemática que va más allá de la pretensión de estos apuntes. La idea aquí es más sencilla: buscar esa base experiencial que nos permite afirmar que una espiritualidad que nace del pueblo es realmente posible, algo que este pueblo nos ofrece gratuitamente en su diario caminar y en su voluntad de sacar adelante la vida como sea.
Finalmente, lo que quisiera hacer aquí no es cosa de otro mundo. Un buen número de personas que leerán estos apuntes podrían hacer lo que se hace aquí, y probablemente lo harían mejor. De todos modos, quisiera pensar que el esfuerzo de recordar experiencias y redactarlas en una forma más o menos inteligible pueda animar a otros a hacer lo mismo. Se trata de un ejercicio de la esperanza. Eso no viene mal en los momentos que vivimos en el país.