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dc.creatorJonquiéres, Guido
dc.date1992-03
dc.date.accessioned2023-03-22T18:06:25Z
dc.date.available2023-03-22T18:06:25Z
dc.identifierhttp://repositorio.uca.edu.ni/3854/1/Lecturas%20Ignacianas%20de%20la%20escritura%20II.pdf
dc.identifierJonquiéres, Guido (1992) Lecturas Ignacianas de la escritura II. Diakonia (61). pp. 77-82.
dc.identifier.urihttps://hdl.handle.net/20.500.12032/78275
dc.descriptionEste artículo estudia las relaciones entre los Ejercicios y los libros sapienciales: Raíces de los Ejercicios Espirituales en la Sagrada Escritura La biblia hebraica se subdivide en tres conjuntos de libros: Ley, Profetas y Escritos. El tercer bloque lleva un nombre tan genérico que, a la larga, no satisface. Muchos exegetas de hoy mantienen la tripartición básica del Antiguo Testamento, pero, a raíz de estudios más precisos que provocan una redistribución parcial de los libros o de parte de ellos, prefieren clasificarlos en Ley, Profetas y Sabios. Es decir en literaturas sacerdotal, profética y sapiencial, porque detrás de la “Ley” están los sacerdotes de Israel, detrás de los escritos proféticos, los profetas inspirados y, en la raíz de los libros sapienciales, el laicado culto con el rey a su cabeza. De ahí la variedad de enfoques, perfectamente comprensible, según que un escrito emana del cuerpo social que está a cargo del culto, por ejemplo el Levítico, del grupo mayoritario que desempeña las tareas hoy llamadas profanas: agricultura, artesanía, comercio, gobierno, etc., por ejemplo Proverbios 10-22, o de la singular categoría de los profetas, de considerable influencia pese a su escaso número. La inspiración divina única se difracta así en el prisma social de Israel para cubrir el vasto campo de la realidad humana entera, según tres puntos de vista. Los cristianos profesamos que en Jesús convergen las tres corrientes: él es, primero, “el profeta de Nazaret”, pero es también el artesano laico que se expresa como tal mientras va tomando forma su paradójica realeza de Mesías, y la Carta a los Hebreos lo declara sacerdote, debido a su radical oblación a Dios por el bien de sus hermanos. Así las cosas, el cristiano a su vez recibe en el bautismo los tres títulos de sacerdote, profeta y rey con Cristo, como lo expresa el celebrante en el momento de la unción con el santo crisma. Lo cual no quita que se vuelva a producir alguna diferenciación en el pueblo cristiano, recibiendo unos una vocación más sacerdotal -aunque el sacerdocio del Nuevo Testamento es a la vez profético-, otros un llamado mayor al testimonio profético como tal, por ejemplo los religiosos, y los más, desempeñando su papel de laicos cristianos en el mundo, papel llamado también sacerdocio pero sacerdocio real o regio, por referencia al rey del Antiguo Testamento (Lumen Gentium, 10). Si aceptamos esta manera de comprender la Escritura, sobre el telón de fondo de su substrato social, y la consiguiente diversidad del Pueblo de Dios o Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, el caso de Ignacio de Loyola y sus Ejercicios se entiende mejor y recíprocamente, confirma lo visto.
dc.formattext
dc.languagees
dc.publisherCentro Ignaciano de Centroamérica
dc.relationhttp://repositorio.uca.edu.ni/3854/
dc.rightscc_by_nc_nd
dc.subject248 Experiencia, práctica, vida cristianas
dc.titleLecturas Ignacianas de la escritura II
dc.typeArticle
dc.typePeerReviewed


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