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Ha llovido mucho desde que, a finales de los 60, el representante de uno de los mayores imperios económicos del mundo, Nelson A, Rockefeller, hiciera esta afirmación: “la Teología de la Liberación es enemiga de los intereses de los Estados Unidos”.
Para la mayoría de los que lo escucharon puede que sonara a algo visceral, una afirmación espontánea en un momento de mal humor. Los observadores más atentos -civiles y religiosos- sabían que no era así, que detrás había estudios y análisis serios. Más aún, era la síntesis de un diagnóstico religioso y social del subcontinente latinoamericano. Detrás estaba asimismo la decisión de “ir poniendo remedio a la enfermedad”, de diversas formas.
¿Qué estaba pasando en el continente? Dos hechos fundamentales: un fuerte movimiento de amplios sectores populares para sacudirse la opresión y dependencia del imperio y una cada vez más amplia toma de conciencia de los cristianos frente a esa realidad. La “Teología de la Liberación” era sólo el exponente teórico de algo que preocupaba mucho más: la participación masiva de los cristianos -basados en su fe- en esos movimientos de liberación.
Nada extraña que, en 1980, el famoso “Documento de Santa Fe” de los asesores del entonces candidato Reagan diga textualmente: “La política exterior de Estados Unidos debe comenzar a enfrentar -y no simplemente a reaccionar con posterioridad- la teología de la liberación tal como es utilizada en América Latina por el clero de la “teología de la liberación”. Nada más claro y sobre todo si tenemos en cuenta que es una proposición formal en el capítulo dedicado a la subversión interna”.
Posteriormente, en 1988, aparece el apodado “Documento Santa Fe II”, que trata de orientar la política exterior de Estados Unidos para la década de los 90 y en el que se vuelve a lo mismo: “Se debe entender la teología de la liberación como doctrina política disfrazada de creencia religiosa con un significado anti-papal y anti-libre empresa. No creo que les preocupe mucho a los asesores de Bush lo de “anti-papal” -aunque fuera cierto-, sí lo segundo. Pero conviene que suene unido.
Creo que, sin este contexto histórico-político, nunca podremos entender el fenómeno de esos centenares de sectas que han aparecido como hongos en tiempos de lluvias y han invadido toda América Latina -amén de otros países, principalmente del Tercer Mundo-.
Son -digámoslo desde ahora- uno de los medios principales de los Estados Unidos para frenar el movimiento liberacionista de los pueblos de América latina, en el que están comprometidos muchos cristianos (católicos, metodistas, luteranos...).
Es importante dejar claro lo anterior, pero el fenómeno no es tan simple como para establecer una ecuación perfecta: sectas = “careta religiosa del imperialismo yankee”; o, como afirmarían los defensores a ultranza de la “tesis de la conspiración”: “las sectas protestantes, organizadas por la CIA, son enviadas a América Latina para destruir la teología de la liberación y promover el imperialismo norteamericano.
Veamos el punto de arranque y el proceso que ha conducido hasta la situación actual.