Description
Casi dos años después del asesinato en El Salvador del Rector de la Universidad Centroamericana (UCA), de sus cinco compañeros jesuitas y de sus dos colaboradoras, es necesario que vayamos más allá de la admiración o del sentimiento de horror en la presencia de los mártires, para preguntamos qué es lo que tenemos que aprender de la UCA, de un pequeño centro de especialidades humanistas y técnicas en un lejano país, que la mayoría del tiempo está fuera del ámbito de visión del mundo desarrollado. Esta es una cuestión grave y profunda que en nuestro caso, puede ayudamos a llegar al núcleo de las ideas de Ignacio de Loyola acerca de la educación. ¿Qué nos puede enseñar un pequeño centro universitario en un país que ha sufrido más de un siglo de terrible injusticia y más de una década de guerra civil? Para empezar a responder a estas preguntas hay que considerar que el P. Ignacio Ellacuría y sus cinco compañeros eran jesuitas, es decir, llevaban en su vida la huella profunda del fundador de la Compañía de Jesús.
Hay muchas maneras de intentar caracterizar la vida y la visión de Ignacio de Loyola y, por lo tanto, de cualquier jesuita cabal. Sin embargo, dos cosas son particularmente apropiadas para nuestro cuestionamiento. Primero que nada, él fue un hombre de gran oración, un místico y un contemplativo. Segundo, tuvo un amor profundo y vinculante por los más pobres. Para San Ignacio, lo que constituía lo esencial del evangelio y del seguimiento de Cristo se resumía en la frase de "buscar y encontrar a Dios en todas las cosas".
Entonces, ¿cuál es la esencia de la vocación de los seguidores de San Ignacio, de los jesuitas en forma especial pero también de todos los miembros de la Iglesia que participan de la herencia, tradición y espiritualidad ignaciana? Desde San Ignacio, todos nosotros tratamos de encontrar a Dios en todo lo que hacemos, por muy profana que sea nuestra actividad. En la experiencia ignaciana, el encuentro personal con Dios lleva a la acción para transformar y santificar el mundo. El jesuita no es sólo contemplativo; tampoco es un mero activista. Es un contemplativo en lo que hace, porque ahí sabe encontrar al Dios de Jesús y su plan salvífico para el mundo.
Para clarificar esta síntesis ignaciana, se puede preguntar a un jesuita, qué haría si estuviera tentado de llevar su vocación más allá del límite. Una tentación que fácilmente viene a la mente es la tentación intelectual: abandonar todos los demás aspectos de la vida y dedicarse completamente a la búsqueda del conocimiento por sí mismo. Podríamos llamarla la tentación hacia el premio Nobel de la ciencia. Otra tentación sería la de hacer el bien: abandonar las demás dimensiones para intentar resolver los problemas y ayudar a la gente. Podríamos llamarlo la tentación hacia el desarrollo y el asistencialismo, o sea hacia el premio Nobel de la paz.
Pero la "tentación" más real y más auténtica, tal y como la entendía San Ignacio, consistiría en abandonar tanto el trabajo intelectual como la actividad en el mundo para dedicarse esencialmente a la oración. Podríamos llamarlo la vocación de trapense. San Ignacio pensaba que si algo podría legítimamente distraer a un jesuita de su misión y de su ministerio, era precisamente el llamado a dedicarse completa y enteramente a la oración, la contemplación, el misticismo como monje.