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El misterio de la Navidad nos dice claramente que Dios quiere establecer una verdadera "Kiononia", comunión, comunidad con nosotros: Emmanuel, Dios con nosotros.
Dios quiere morar-vivir con nosotros; pues bien, por la vida religiosa, Dios nos invita a vivir juntos con El... No a ratitos, sino siempre... Un avance de lo que será la eternidad dichosa...
Ahora bien, estar juntos con él implica no solo una cierta proximidad física, sino sobre todo dos factores fundamentales: un proyecto común, y la dinámica de las relaciones interpersonales. Veámoslo:
Proyecto común: Como es obvio no basta vivir juntos como en un hotel; es precisa la convivencia. Pero lo que da sentido a la convivencia, le señala una meta, y crea unas expectativas comunes, es el proyecto con el que nos comprometemos, secundando la invitación de Dios, y que la Iglesia reconoce y aprueba.
Cuando los miembros de una comunidad vivencian que están juntos no sólo para alcanzar la santificación propia (o sea, la progresiva identificación con Jesucristo), sino también y muy especialmente para acoger el don de Dios que quiere que sean colaboradores suyos, que quiere por su medio apagar la sed de tanto sediento (proyecto), entonces tenemos la comunidad en marcha.
Dinámica de la comunicación interpersonal: Es el segundo elemento fundamental; estas personas que, siguiendo el llamado de Dios, viven "juntas", se comunican con Dios y se comunican entre sí, (relación interpersonal). Mediante esta comunicación se experimenta que todos y cada uno están abiertos a las mismas expectativas (proyecto), tienden a la misma meta, la santificación propia y la de los demás. Es precisamente este mutuo afán lo que, por un lado, dinamizará el proyecto, y por otro, fecundará, hará rica la comunicación interpersonal...
Este mutuo afán ha de estar regido por el "amor"; un amor que no avasalla (I Cor, 13,1...), y por lo tanto no pretende configurar sin más a todos según mis propios criterios, sino que respeta la acción del Espíritu que secunda el carisma del proyecto (que él inspiró!).
Como es obvio esto implica una superación progresiva del egoísmo; egoísmo que siempre cierra y no deja actuar a Dios. Evidentemente, esta es una tarea que dura toda la vida, y hay que pasar por una serie de purificaciones, renuncias..., como la vida de los santos, de los fundadores, nos muestran siempre.