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¿El Espíritu, el gran ausente en los Ejercicios?
Una cosa no ha dejado de sorprender a todos los comentaristas del libro de los Ejercicios: es el contraste entre las experiencias místicas trinitarias que caracterizan el mundo interior de San Ignacio, y la pobreza tan grande que existe en las referencias concretas a la vida intratrinitaria y a la función propia que cada una de las tres Personas realiza en la vida teologal del creyente.
Esta escasez de referencias trinitarias se hace más notable en lo referente al Espíritu Santo, en todos los escritos ignacianos, y de una manera más notable en los Ejercicios Espirituales. En el libro de los Ejercicios sólo aparece el término "Espíritu Santo" siete veces. De ellas seis son meras citas bíblicas que se encuentran en la sección "Misterios de la vida de Cristo", sin ningún tipo de desarrollo ignaciano. No hay en cambio ninguna mención del Espíritu Santo en las grandes meditaciones donde se condensa el núcleo de lo que hemos dado en llamar espiritualidad ignaciana: Principio y Fundamento, Rey Temporal, Banderas y Binarios, Contemplación para alcanzar amor, Reglas de discernimiento, Documentos sobre elecciones. La única alusión significativa la encontramos en las Reglas para sentir con la Iglesia, en concreto en la Regla 13 (EE 365). En esta regla sí se da ya una gran densidad teológica en la función propia que se atribuye al Espíritu de Cristo en la Iglesia su esposa. Pero no olvidemos que se trata de un documento tardío de Ejercicios, correspondiente quizás a la etapa de estudios en París.
Pero volvamos a la primera etapa de Loyola y Manresa, que es cuando se redacta el núcleo de los Ejercicios, y curiosamente cuando Ignacio tiene sus grandes iluminaciones trinitarias, que parecen no haber dejado huella alguna en los Ejercicios. Efectivamente vemos cómo nunca se atribuyen al Espíritu Santo aquellas actividades que le son propias, tales como iluminación de la mente, consolación, autodonación, mociones y atracciones, gustos espirituales, quietud, dones y gracias, discreción de espíritu... San Ignacio atribuye dichas experiencias a Dios Nuestro Señor, es decir, a la divinidad sin ninguna explicitación trinitaria; nos habla del entendimiento ilucidado por la virtud divina (EE 2); “el mismo Criador y Señor se comunica a la su ánima devota, abrazándola y disponiéndola...” (EE 15).
La única aprehensión de las divinas personas en su relación con la vida espiritual del creyente es la del Padre y el Hijo; se ha podido hablar de una espiritualidad cristológica, basada en la mediación que realiza el Hijo ante el Padre.