El pasado 28 de febrero de 1989 a las 11:20 a.m. caía asesinada, junto a la puerta de su aula de clases, en el corregimiento de Cristales (Antioquía), la Hermana Teresita Ramírez Vargas, de la Compañía de María.
La noticia fue registrada por los medios informativos del país con las acostumbradas notas de censura a la ola de violencia que nos envuelve, para de allí pasar a engrosar los enormes listados de víctimas, cuya contabilidad ya se ha vuelto insoportable para unos, y rutinaria para otros.
Esta noticia golpeaba, sin embargo, con una fuerza especial, a quienes seguíamos desde lejos, en solidaridad y en esperanza, la experiencia de inserción evangelizadora de este grupo de hermanas de la Compañía de María, en un medio empobrecido, como el campesinado de Cristales. No podíamos sino leer este hecho como un momento fuerte por nuestras vidas; como una experiencia pascual que revivía, en nuestra historia la pasión, la muerte y la resurrección del Señor.
Las balas asesinas, accionadas por dos jóvenes sicarios, no penetraron solamente en la frágil humanidad de Teresita; eran el signo en que se materializaba toda la oposición de los poderosos de este mundo a un proyecto evangelizador de 14 años, que había vuelto a colocar el Evangelio, en un medio concreto, como "bandera discutida... a fin de que las intenciones de muchos corazones quedaran al descubierto" (Lc 2, 34).
La Comisión Interconqreqacional de Justicia y Paz quiere compartir con sus hermanas y hermanos consagrados, el contexto de esta muerte y resurrección.