| dc.description | Pocos asesinatos fueron más anunciados y previstos que el de Mons. Oscar Romero. Su lenguaje evangélico y valiente en medio de la aguda situación de violencia que vivía El Salvador, le atraía las iras de los principales responsables de ella. Los textos finamente recopilados por J. Brockman, nos recuerdan las fuentes de la fe sin temores y la esperanza sin desfallecimiento que inspiraron su vida.
Hay algo que los poderosos de su país no podían admitir: que Mons. O. Romero descorriera el velo de las justificaciones, incluso pretendidamente cristianas, con las que buscaban cubrir la opresión y marginación de la mayoría de los salvadoreños. La mentira social es, en efecto, uno de los recursos más eficaces para defender privilegios económicos y sociales. A ella Mons. Romero opuso la actitud del Maestro que, ante una posible persecución, prescribía a sus discípulos: "no les tengan miedo. Pues no hay nada encubierto que no ha de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Lo que les digo en la oscuridad, díganlo a plena luz; y lo que oyen al oído, proclámenlo desde los terrados" (Mt 10, 26-27).
Así lo hizo este gran testigo de la verdad evangélica, su predicación no fue paralizada por el temor. Supo más bien decir a plena luz lo que vivía y sufría su pueblo. Habló con claridad a todos los actores de la escena política de su nación: gobernantes, empresarios privados, partidos políticos, grupos subversivos, organizaciones populares. A todos presentó con franqueza las exigencias del Evangelio. "Hermanos, ser cristiano ahora -decía el arzobispo- quiere decir tener valor para predicar la verdadera doctrina de Cristo y no tenerle miedo, y no por miedo callar, predicar una cosa fácil que no traiga problemas”. No buscó tener problemas, pero tampoco los eludió al precio de silenciar el anuncio del Reino de vida.
Mons. Romero no intentó ponerse por encima de todo y de todos. Eso no era para él proclamar la universalidad del amor de Dios; significaría más bien situarse en una cómoda abstracción, en un ángulo muerto de la historia para verla pasar sin comprometerse con ella. A esta evasión de la realidad -y del Evangelio- se refería cuando decía "es muy fácil ser servidores de la palabra sin molestar al mundo, una palabra muy espiritualista, una palabra sin compromiso con la historia, una palabra que puede sonar en cualquier parte del mundo, porque no es de ninguna parte del mundo". | |
