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El supremo arte teológico: saber hablar de la cruz y de la muerte
La piedad y la homilética usuales son un vivo ejemplo del peligro de manipulación ideológica de estos temas, reduciéndolos a una justificación de la humillación o a un dolorismo, desmovilizadores en la lucha contra los mecanismos productores del dolor y de la cruz.
Esta ambigüedad es inherente a la muerte y a la cruz. Pues, por una parte, la muerte es el final inocente de una creación finita y mortal; pero por otra, es una maldición y un castigo (Gn 2,17; Ga 3,13) como consecuencia del pecado (Rm 3,12; 1 Co 15,21-22). Igualmente es doble la perspectiva de la cruz. Por un lado es un suplicio propio de delincuentes políticos, que aplicado a un inocente, es un crimen auténtico. Por otro, es el símbolo más poderoso de la redención de Cristo y de la bondad del padre.
No es fácil hablar de la muerte y la cruz de forma que aparezca su doble carácter de negación del proyecto de Dios y, a la vez, del precio a pagar por la realización de este proyecto en las condiciones de una historia corrompida. Aceptamos el desafío de elaborar los diversos niveles de sentido de la cruz y la muerte, articulándolos con claridad a fin de recuperar su significado de sacrificio y solidaridad.
Habrá que ser muy preciso en la expresión ya que la propia fe rechaza toda posible ambigüedad en el uso del nombre de Dios o de los símbolos de su misericordia para legitimar situaciones que nieguen su voluntad o encubran el afán de dominio de los poderosos. Expondremos algunas proposiciones básicas.