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Son las ocho de la noche del viernes 30 de mayo, en Asunción. La ciudad parece tranquila. De la céntrica Iglesia del Perpetuo Socorro, empieza a ponerse en marcha una procesión religiosa, llevando en andas la imagen de la Virgen de Ka'akupé, patrona del Paraguay. Cerca de 800 sacerdotes y religiosos, encabezados por el propio arzobispo de Asunción y presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Ismael Rolón, caminan en silencio por la calle Tacuary. Desde una cuadra de distancia, más de un centenar de policías, armados con cachiporras y bastones eléctricos, observan sin intervenir.
La "marcha del silencio" tiene un objetivo específico: expresar la solidaridad de la Iglesia con los ciudadanos duramente reprimidos durante las últimas manifestaciones de protesta popular, exigir la inmediata libertad de tres dirigentes gremiales detenidos y promover "una reflexión crítica sobre la difícil situación que vive el país". La Federación de Religiosos del Paraguay (FERELPAR), había dispuesto que sólo participen sacerdotes y religiosos en la marcha, pero a medida que la procesión avanza, la gente se le va uniendo espontáneamente. Cuando llega hasta la Iglesia San Roque, unas veinte cuadras más adelante, ya son más de 3,000 los peregrinantes.
“El presente y el futuro del Paraguay está en manos de la Iglesia", dice Monseñor Rolón durante el oficio litúrgico celebrado al final de la manifestación. Más que ser una expresión grandilocuente, la frase demuestra que la Iglesia guaraní ha decidido jugarse su gran carta, apostando por el urgente cambio a un sistema democrático.