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El pueblo de Dios en América Latina tiene la fe de la Iglesia, cree en Dios y en su Hijo Jesucristo. Se nos pregunta además en este artículo si y qué tipo de autoridad doctrinal tiene dentro de la Iglesia y por ser éste y no otro pueblo de Dios, es decir un pueblo de Dios en su mayoría pobre. Esto supone esclarecer una cuestión de hecho y otra de derecho.
Es un hecho innegable que el episcopado latinoamericano ha producido modernamente un abundante y novedoso cuerpo doctrinal. Pero lo más novedoso es que al elaborarlo se ha remitido a los pobres, al pueblo de Dios, no ya sólo como a su destinatario ni sólo como ocasión para su agenda doctrinal sino como a aquéllos cuya realidad y cuya fe tiene que ser puesta en palabra doctrinal.
Medellín, por mencionar el símbolo más importante del magisterio latinoamericano, analizó a la luz de la revelación de Dios, de la doctrina del Vaticano II, de Juan XXIII y de Pablo VI la situación del continente latinoamericano y la respuesta cristiana de la Iglesia a esa situación. Todo ello lo hizo con autoridad, pero no pudo hacerlo sólo porque tuviera autoridad.
Lo nuevo y central de Medellín y lo que otorga un dinamismo específico a todos sus documentos es la presentación y el análisis del clamor de las mayorías pobres que llega hasta el cielo y de su anhelo de liberación de todas las esclavitudes como fruto del Espíritu. Pero Medellín, por supuesto, ni crea ni descubre ese clamor y ese anhelo, ni siquiera es el primer intérprete de su dimensión teológica, es decir, que el clamor llegue a Dios y que el anhelo sea fruto del Espíritu. Medellín discierne los signos de los tiempos y pone en palabra doctrinal lo que ya antes es realidad histórica y teologal.
Si se pregunta entonces quién es el autor de Medellín hay que contestar diferenciadamente. Los obispos, ayudados por teólogos, elaboran una doctrina con autoridad. Pero la materia predoctrinal sobre la que tratan, la urgencia con que la deben tratar, incluso la dirección del tratamiento doctrinal y la respuesta a los problemas planteados le vienen dados en primer lugar por los que son sujetos propios del clamor y del anhelo, por lo que ellos mismos expresan en su realidad de pobres, oprimidos y esperanzados, y por la primigenia interpretación cristiana que ellos mismos hacen, más o menos explícitamente, de ese clamor y ese anhelo.