dc.description | Para quien lea estas páginas, para quien vea con sus propios ojos la catástrofe y sobre todo para quien la sufre, la pregunta obligada es: qué dice este terremoto y qué nos dice este terremoto. Aunque habrá que analizar mucho más en detalle todas sus implicaciones económicas, sociales, políticas, militares y religiosas, éstas son unas primeras respuestas.
En primer lugar el terremoto, como cualquier otro acontecimiento importante en el país, muestra la realidad de la pobreza y la marginación de los pobres. La gran mayoría de las víctimas son pobres y han muerto por ser pobres, es decir, por habitar en champas, casas de bahareque que construyen de prisa y sin medios, con una lejana conciencia de que se les puede caer en un terremoto, aunque con la esperanza de que no ocurra. Un terremoto, como ocurrió muy claramente también en Guatemala, redescubre la geografía de la pobreza, saca a luz la ignorada y ocultada verdad de que la mayoría de la población vive en condiciones inhumanas. Quizás este terremoto tenga la trágica ventaja de recordar que en San Salvador y sus alrededores más de las dos terceras partes de la población son pobres y viven en casas pobres. Si la guerra ha publicitado más a los refugios y reubicaciones como sus consecuencias, el terremoto ha vuelto a sacar a luz sus causas: la pobreza de los que viven en champas, mesones y barrancas.
Estos pobres, también durante el terremoto y sobre todo después, son los más marginados. Aunque es comprensible que los medios de comunicación se centren en los casos más trágicos y espectaculares, como el soterramiento de muchísima gente en el edificio Rubén Darío, los pobres son marginados en la información y en la ayuda. A ellos les llega ahora con más dificultad y en el futuro será más difícil para ellos. Esta es pues la primera conclusión. El terremoto ha empobrecido estructuralmente al país y a los más pobres del país. Pero también, por unos días, ha vuelto a sacar a luz la realidad más radical del país: la injusta pobreza. | |