En la actualidad la Iglesia se enfrenta con el problema de los refugios y las reubicaciones, y la simultaneidad de ambos. Muchas dificultades tienen su solución; pero puede ser una ayuda a su superación y una fuente de creatividad para la solución, el marco evangélico e histórico presentado. La opción por los refugiados es hoy una opción por los pobres y una opción por Dios. Es ese Dios de los pobres, de la liberación, de la cruz y de la resurrección, el que cuestiona e invita a la Iglesia a volcarse hacia los refugiados. Es el Dios de la vida, tan amenazada y aniquilada hoy, el que mueve a la Iglesia a que se dirija una y otra vez hacia los hijos de Dios, los pequeños y los débiles, los pobres y los refugiados. Mons. Romero afirmó claramente que la causa de Dios es la causa de los pobres y la causa de los pobres es la causa de Dios. "La gloria de Dios es el pobre que vive". Para nuestra situación histórica lo dijo de forma bien precisa: "es preciso defender lo mínimo que es el máximo don de Dios: la vida". Eso es lo que está en juego en el problema de los refugiados y los reubicados; y eso es, por lo tanto, lo que deberá dirigir la pastoral y asistencia eclesial hacia ellos.