| dc.description | Quisiera reflexionar teológicamente sobre dos temas que responden a los dos congresos que se están celebrando: uno sobre Dios y otro sobre solidaridad. Ambos son fundamentales para la fe y son además de actualidad. La solidaridad es un fenómeno novedoso, con suficiente entidad ya para no considerarlo como anécdota aislada aunque alentadora y es una forma principal y necesaria que hoy toma la caridad. El tema de Dios es el tema de siempre de la teología, sea cuales fueren los otros temas que ésta aborda, y ha recobrado también actualidad; pero no ya sólo ni principalmente para responder a los cuestionamientos radicales de hace veinte años, sino por la convicción de que sólo explicitando a Dios se mantiene a la larga la identidad de la teología y de la fe y además -lo cual es más novedoso- de que sólo con Dios se mantiene su relevancia.
Quisiéramos ahora reflexionar sobre ambas cosas para llegar a una conclusión bien precisa. En nombre de un Dios que es Dios de vida surge la urgencia de solidaridad; y la realización de la solidaridad es la forma de responder y acceder a Dios en cuanto es Dios de vida. Se trata de actualizar desde la vida compartida la relación trascendental entre manifestación de Dios y respuesta a esa manifestación.
La reflexión teológica sobre ambos temas pudiera hacerse desde lo ya sabido de Dios y de la caridad en la tradición y especialmente en la Escritura. Nuestro modo de proceder sin embargo va a ser diferente. Queremos argumentar en último término desde la realidad actual, desde los signos de los tiempos. Estos, por supuesto, deberán ser discernidos desde la Escritura, pero son lugares teológicos con entidad propia desde los cuales, además, se redescubre mejor lo que está en la Escritura. Desde ellos, lo que sea el Dios de la vida y la solidaridad no aparecerá sólo en su carácter puramente doctrinal y conceptual sino en su carácter de palabra viva y actual, en su carácter de buena noticia y de cuestionamiento.
Los signos de los tiempos de los que vamos a hablar son los que ocurren y son discernidos en América Latina, más en concreto en Centroamérica desde donde escribimos, aunque esperamos que estas reflexiones puedan tener un cierto carácter universal. Dada la metodología que vamos a seguir, hay que recalcar desde el principio la fuerza y la debilidad de cualquier reflexión teológica basada en los signos de los tiempos. Debilidad, porque supone un discernimiento desde una situación que no se puede presumir sin más en otras situaciones; la verificación de la verdad de lo que se diga exige una determinada situación y no simplemente el análisis de un concepto en sí mismo y ni siquiera el cotejo de ese concepto con los previos conocimientos bíblicos y teológicos. Fuerza, porque en último término la reflexión no hace más que elevar a concepto -con todas las cautelas y todas las condiciones que la revelación ya acaecida exige- una realidad. Esta realidad que se ha visto, oído y tocado es la que fuerza a tomar la palabra, y la palabra tiene entonces en principio la fuerza de la realidad. Y como esa realidad es captada en último término como realidad salvífica tiene que ser no sólo dicha sino testimoniada. La reflexión teológica desde los signos de los tiempos es por lo tanto la más indefensa.
Pero, por otra parte, ¿cómo se puede argumentar teológicamente sin hacer algo central de lo que en un momento se cree ser la actual manifestación de Dios y la actual respuesta a esa manifestación? | |
