dc.description | Es conveniente aclarar que nuestra pretensión aquí es muy humilde y sencilla. No se trata de abarcar la inmensa gama de rasgos que conforman el misterio que es la Iglesia, ni siquiera los que podríamos considerar como los más esenciales. Pretendemos simplemente centrarnos en un aspecto de la Iglesia que consideramos radical. Y radical en el sentido de que pertenece a la raíz, es decir al por qué y para qué del que brota la Iglesia, aunque tampoco agote todo lo que en ella hay de radical.
Los dos pasajes evangélicos sobre los que vamos a basar nuestra reflexión versan sobre la institución de los Doce (Mc) y su llamada a la misión apostólica (Mt).
Asumimos la interpretación exegética de que los Doce significan y representan al nuevo Israel, al nuevo Pueblo de las doce tribus. Parece bastante evidente la importancia que tanto los evangelios como la primera comunidad cristiana dieron al simbolismo del número de doce. En el evangelio de Mc la expresión griega "kai epoiesen dodeka", literalmente "hizo doce", "creó doce", resulta un tanto extraña, pero hace resaltar con fuerza y claridad el hecho de que con ese gesto simbólico, con esa especie de parábola en acción, Jesús está significando la creación del nuevo Israel, la fundación del nuevo Pueblo de Dios.
En Mt no se describe propiamente la institución de los Doce. Es más bien el Sermón de la Montaña el que representa la proclamación fundamental de la nueva alianza y donde se significa, por tanto, la fundación del nuevo Israel. Sin embargo en este pasaje de la llamada a la misión apostólica, los Doce, que son nombrados por primera vez, se convierten en figuras representativas de ese Israel mesiánico. Como comunidad convocada en torno a Jesús, los Doce, nuevo Pueblo de Dios, representan paradigmáticamente a la Iglesia. En este sentido, cuanto en los evangelios se refiere al grupo de los Doce, debe ser ejemplarmente aplicado a la vida de la Iglesia. Esto es precisamente lo que nos permite leer y meditar estos pasajes desde una perspectiva eclesiológica que ilumine la realidad de nuestro vivir eclesial. | |