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Me han pedido que les hable del Cristo que se descubre hoy en América Latina y que relacione ese descubrimiento con una nueva espiritualidad. Ambas cosas me parecen importantes. La primera porque presupone que algo nuevo se ha descubierto de Cristo en América Latina y que eso nuevo, escandaloso por una parte, es una buena noticia para los creyentes en Cristo, que exige y cuestiona pero que anima y alegra a la vez. La segunda porque relaciona conocimiento de Cristo con espiritualidad, el saber acerca de Cristo con la apropiación personal de ese saber, con la vida de la fe. Y en el deseo de explicitar esa relación aparece, creo yo, la necesidad sentida de que la teología, en este caso la cristología, esté al servicio de una espiritualidad y que ésta sea parte integrante del conocimiento cristológico.
A estas dos preguntas voy a intentar dar una respuesta; breve por lo escaso del tiempo, pero que vaya a lo fundamental. Para comprender la respuesta hay que tener en cuenta sin duda lo que mis compañeros en esta mesa redonda dirán sobre la situación de América Latina y de sus Iglesias, pues esa realidad se ha convertido en principal principio hermenéutico del conocimiento de Cristo. Por otra parte, tal como lo han pedido, voy a intentar presentar la figura de Cristo y la espiritualidad de manera que puedan decir algo importante a la Iglesia europea. Me voy a concentrar por lo tanto en aquellos puntos que por su capacidad de cuestionamiento y de ánimo pueden aportar algo a las Iglesias de la vieja Europa.