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Indudablemente Centroamérica ha alcanzado una relevancia difícilmente previsible hace seis o siete años. El Vaticano mantiene un vivo interés en los acontecimientos de esta región. La presente administración norteamericana sigue muy de cerca cuanto sucede en el área. El reciente informe Kissinger surge de esta nueva importancia. A nivel latinoamericano el grupo de Contadora representa un intento serio e independiente, que no tiene precedente, de obtener una paz negociada en la región, que se encuentra tan terriblemente desgarrada por guerras civiles. Aun cuando recientemente los tristes acontecimientos en el Líbano han desviado de nuestra región el centro de la atención mundial, puede sin embargo medirse el grado del conflicto norte-sur utilizando a Centroamérica como termómetro. De modo más marginal puede también servir Centroamérica para calibrar los cambios de temperatura del conflicto este-oeste.
La Iglesia Católica, que tradicionalmente ha sido una fuerza social en nuestros países, está jugando un papel importante dentro de este contexto. Todo el mundo se pregunta por el papel de la Iglesia Católica en Centroamérica y se tiene también, a menudo, una opinión superficial sobre ella. Se me ha pedido que hable esta tarde sobre los dilemas de la Iglesia Católica frente al proceso revolucionario en Nicaragua. Consecuentemente he tenido que aislar el tópico de un contexto centroamericano, que es muy complejo, y esto implica caer en un cierto reduccionismo al tratar del tema. Confío, y espero no ser demasiado optimista, que este inevitable reduccionismo no me lleve a una interpretación maniquea.
(Disertación tenida en inglés en el Woodstock Theological Center de Washington el 22 de Marzo de 1984; reproducimos los dos primeros párrafos del texto de la ponencia como introducción)