dc.description | La actualidad de los países centroamericanos, lejos de disminuir con el paso del tiempo, se acrecienta cada vez más. Algo grave, muy grave para la humanidad y para los sistemas socio-políticos y económicos que la configuran, está pasando en el istmo centroamericano. El Presidente Reagan convoca conjuntamente a las dos cámaras del Congreso norteamericano para hablar con dramatismo y con urgencia de lo que está ocurriendo en El Salvador y en Nicaragua principalmente. Se forman grupos de naciones como el de Contadora (México, Colombia, Venezuela y Panamá) con el fin de ayudar a resolver el conflicto centroamericano. Otras naciones en la Comunidad Económica Europea y en las Naciones Unidas muestran también su preocupación; España dice estar dispuesta a acudir en cuanto se le llame. Juan Pablo II dedicó hace pocos meses un largo viaje que recorrió nación por nación. La actualidad y la gravedad de lo que está ocurriendo es innegable.
La Iglesia es en esta área geográfica una de las fuerzas sociales importantes, al menos a la hora de mover conciencias y a la hora de poner su peso moral en favor de una u otra solución. Lo es, sobre todo, a la hora de influir como fermento real entre un pueblo que es fundamentalmente creyente y en buena medida practicante, ¿Qué le pasa al pueblo de Dios en esta situación tan dramática? ¿Qué hace para cambiarla? ¿Qué hace Jerarquía, sacerdotes y religiosos, delegados de la Palabra, comunidades de base? No es fácil dar una respuesta, pero sí es urgente mostrar algunos aspectos del problema que representa la presencia eclesial en un mundo tan crítico y frente al cual tiene tanta responsabilidad. El problema es en sí mismo discutido y se presta a mutuas descalificaciones entre distintos miembros de la misma Iglesia, cuyas tensiones y divisiones no pueden esconderse, como tampoco pueden esconderse sus espléndidos ejemplos evangélicos de toda índole y sus debilidades y claudicaciones mundanas.
No vamos a detenernos aquí en describir ese "mundo" peculiar al que se dirige la misión evangelizadora y salvífica de la Iglesia centroamericana. Pero no debemos perderlo de vista en ningún momento. De lo contrario erraríamos teológicamente en el mismo enfoque de la cuestión y nos quedaríamos sin punto de referencia histórico para comprobar la validez evangélica de la acción de esa Iglesia particular, que es la Iglesia Centroamericana. Más todavía por tratarse de un mundo dramático, inusual, lleno de complejidades, frente al cual haría falta una gran clarividencia y una fuerte dosis de audacia. ¿La ha tenido la Iglesia? ¿La está teniendo? ¿Qué responsabilidades ha tenido en lo que ha dejado de hacer? ¿Ha habido tal vez connivencia con el mal y el pecado, con la injusticia estructural, al no haber sido capaz de hacer un análisis adecuado de la situación y al no haberla enfrentado con la debida audacia evangélica? | |