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Hacer compromiso con los pobres significa que no se es pobre; se es otra cosa, se tiene cierto poder, cierta libertad, cierta posición que permite ese compromiso. Se asume una actitud de conversión a la causa del pobre que se expresa en comportamientos concretos como el de Zaqueo: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien he exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más” (Lc. 19, 8).
Esa misma perspectiva continúa a orientar mi reflexión, pues es a partir de ella que me gustaría situar tanto el lugar de los religiosos (as) y del magisterio episcopal, cuanto de todos los cristianos "no pobres", como el lugar de aquellos que se comprometen con los pobres. El lugar social que ocupan no es de pobres. Tal compromiso aparece, pues, como una llamada, una invitación dirigida a aquellos que de hecho lo son: Ese "abrazo" es la exigencia que Jesús coloca como condición para que el "rico" participe del Reino de Dios, dado que los primeros destinatarios de la Buena Nueva son los pobres.
Los Evangelios según Lucas y Mateo atestiguan que Jesús declaró a los pobres bienaventurados, pues de ellos es el Reino de Dios. Jesús declara que es voluntad de Dios la bienaventuranza, la felicidad de los pobres y, además, que Dios es el grande y siempre fiel interesado en la liberación del presente y del futuro de los pobres. Su "misericordia y fidelidad" son sin fin.
La predilección de Dios por los pobres revelada por Jesús, significa fundamentalmente el restablecimiento de la justicia en este mundo. Esa es la tarea que el Padre entrega a Jesús y a todos los que asumieron y asumen la misma misión de Jesús.