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Ofrecemos aquí el texto íntegro del mensaje alocución tenido por el Papa Juan Pablo II ante la Conferencia Internacional del Trabajo, el 15 de Junio de 1982. A continuación la parte introductoria del mensaje: “Deseo ante todo expresar mi alegría por la oportunidad que se me ha brindado de encontrarme hoy aquí y de hacer uso de la palabra ante esta ilustre asamblea, congregada con motivo de la 68a reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo. Los hechos que ustedes conocen me impidieron responder a la invitación que me había hecho el Director General para que participara en la reunión anterior. Doy gracias a Dios que me conservó la vida y me ha devuelto la salud. La imposibilidad en que estuve de venir aquí en 1981 reforzó aún más el deseo profundo que sentía de encontrarme con ustedes, porque me siento vinculado al mundo del trabajo por múltiples lazos. Nos es el menor, ciertamente, la conciencia de una particular responsabilidad frente a los numerosos problemas inherentes a la realidad del trabajo humano: problemas importantes, a menudo difíciles, siempre fundamentales; problemas que constituyen la razón de ser de vuestra Organización. La invitación que me reiteró el Director General ya durante mi convalecencia me alegró, pues, particularmente. Entre tanto publique mi encíclica Laborem exercens sobre el trabajo humano, con objeto de aportar una contribución al desarrollo de la doctrina social de la Iglesia Católica, cuyos grandes documentos, comenzando por Rerum novarum, del Papa León XIII, hallaron una acogida respetuosa y favorable en las reuniones de la Organización Internacional del Trabajo, siempre sensible a los diversos aspectos de la compleja problemática del trabajo humano en el curso de las diferentes etapas históricas de su existencia y en sus actividades.
Permítaseme expresar aquí mi gratitud por esta invitación y por la forma calurosa, en que me han acogido. Al mismo tiempo quiero decirles cuánto aprecio las amables palabras que el Director General acaba de dirigirme; gracias a ellas me es más fácil, a mi vez, dirigirme a ustedes. Como huésped de esta asamblea, les hablo en nombre de la Iglesia Católica y de la Sede Apostólica, situándome en el terreno de su misión universal, que tiene ante todo un carácter religioso y moral. En esa calidad, la Iglesia y la Santa Sede comparten la preocupación de vuestra Organización por lo que atañe a sus objetivos fundamentales, y del mismo modo se unen a la familia íntegra de las naciones en la finalidad que se propone, es decir, contribuir al progreso de la humanidad.”