Description
América Latina es el más católico de los continentes. Pertenece a la órbita del mundo occidental, democrático y cristiano; y, sin embargo, es el continente que ha producido más mártires desde el Vaticano II. Y los verdugos de los cristianos no son, por cierto, miembros de la izquierda, tildada siempre de materialista y atea, sino los que quieren mantener sus injustos privilegios y defender la llamada civilización occidental, democrática y cristiana.
Todo esto se ha dicho muchas veces en los últimos veinticinco años desde que la persecución a los cristianos comenzó masivamente en el cono sur y Brasil y mostró después una increíble crueldad en Centroamérica -unos treinta sacerdotes asesinados en diez años-. Pero el constante y generoso goteo de sangre cristiana ha continuado en estos últimos años, a pesar de que se repite que en esta década América Latina está haciendo grandes avances en la democratización.
Ahora, sin embargo, se nota una importante diferencia: los mártires casi no son noticia. Antes, los asesinatos-martirios aparecían en la prensa, causaban conmoción y sacudían a la opinión pública. El asesinato de Mons. Romero o el de las cuatro misioneras norteamericanas conmovió al mundo. Ahora continúan los asesinatos-martirios pero pasan casi desapercibidos. Alguna vez saltan a los periódicos pero rápidamente son ignorados. Es comprensible que los gobiernos latinoamericanos y el de Estados Unidos no aireen este tema, porque, aunque mínimo en cantidad, simboliza por la calidad de las víctimas y por las razones por las que fueron asesinadas, que las cosas no andan nada bien en América Latina. Tampoco la Iglesia institucional latinoamericana y mundial, con algunas excepciones, se conmueve con los mártires como debiera hacerlo. Lejos están los tiempos de Mons. Romero, quien veía en el martirio un símbolo del terrible pecado de injusticia estructural y del compromiso evangélico de la Iglesia. Ni siquiera se repiten las palabras de Puebla sobre los mártires, signos inequívocos de la opción por los pobres, orgullo e inspiración para toda la Iglesia. Indudablemente, hay excepciones. Pero, como no es fácil enfrentarse con la cruz y con los crucificados, como no es fácil denunciar a los responsables y al sistema que simbolizan, como no es fácil ver en el martirio la verificación más acabada de la fe cristiana, los mártires pasan al silencio con excesiva rapidez.